En esta época de crisis, en la que toda una civilización ha de tomar consciencia de su sombra, para emerger de la obscuridad en la que se halla inmersa, comienzan a darse los primeros vestigios de manifestaciones de integración.
José Antonio Delgado González, Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad Europea de Madrid, c/ Nueva nº 4, 28400 Collado Villalba, Madrid, España.
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Ved, el oro está oculto en Saturno(...)
Así, también el hombre, después de la
caída, se oculta en una efigie de sí mismo,
tosca, amorfa, bestial, como muerta (...)
es como la piedra bruta en Saturno (...),
su cuerpo es un cadáver fétido, pues
vive envenenado.Jacob Boehme, De signatura rerum.
En esta época de crisis, en la que toda una civilización ha de tomar consciencia de su sombra, para emerger de la obscuridad en la que se halla inmersa, comienzan a darse los primeros vestigios de manifestaciones de integración. Del caos surge el orden y cada vez con mayor frecuencia son publicados y vendidos libros relacionados con el misticismo. Muestras elocuentes de un emerger, desde lo inconsciente, de una necesidad religiosa, que vuelva a ligar al hombre con su esencia divina.
No es aleatorio que, en la cúspide de la crisis occidental, desde el ámbito científico, comiencen a surgir autores que conectan los últimos descubrimientos acerca de la materia con la experiencia mística. La esterilidad de la ciencia sin alma parece estar llegando a su fin, para dar lugar, poco a poco, a una ciencia con alma. Una ciencia que conecta sus descubrimientos con las vivencias espirituales. Una ciencia que da cabida a la autorrealización de la persona, al conocimiento de su sí-mismo, al aumento del nivel de conciencia, en definitiva, a la conexión y expresión de lo interior con/en lo exterior. Esta "nueva ciencia" o "ciencia con mayúsculas" como la denomina David Sempau (2000) ya está dando sus frutos en multitud de áreas diversas.
Tengo la impresión de que el actual interés por el misticismo es una necesaria contrapartida a una carencia de valores religiosos y a un vacío existencial, subsecuentes a la destrucción de las antiguas estructuras. Sin embargo, el nuevo sistema de valores habrá de construirse sobre los sólidos cimientos anímicos. Por ello, aunque a primera vista pudiera resultar paradójico, en la búsqueda religiosa (del latín religare que significa re-ligarse o volverse a unir con la esencia vital suprema, con Dios) habremos de recurrir al inconsciente, al Alma Mater que desde siempre ha sido fundamento, origen y destino de los seres humanos.
Pero el inicio de ese viaje a lo inconsciente está jalonado por la fórmula ritual de la iniciación o, en su forma magnificada, la aventura mitológica del héroe. Campbell (1977) divide este viaje arquetípico en tres fases: separación-iniciación-retorno. Así, el héroe inicia su aventura desde el mundo de la luz, regido por la conciencia y los objetos externos, a la región de los prodigios sobrenaturales, enfrentándose a las fuerzas de fábulas y leyendas para obtener una victoria que será decisiva. El héroe regresa de su misteriosa aventura con un obsequio para sus hermanos. Jasón, tras navegar a través de las rocas que señalaban el camino al mar de las maravillas (lo inconsciente, en lenguaje psicológico), engañó al dragón que guardaba el Vellocino de Oro y regresó con él y con una renovada fuerza que lo llevó a disputar el trono a un usurpador. Prometeo, por su parte, ascendió a los cielos (otro símbolo de lo inconsciente) y robó el fuego de los dioses, tras lo cual descendió. La epopeya sumeria de Gilgamesh, de amplia difusión por Mesopotamia y Anatolia desde antes del siglo VII a. de C., descrita en doce tablas asirias de barro en escritura cuneiforme, narra las aventuras del héroe en busca de la inmortalidad (García Gual, 1997). Gilgamesh se enfrenta a las fuerzas del mal para conseguir la planta de la eterna juventud. Sin embargo, mientras dormía tumbado cerca de una poza, una serpiente le arrebató la planta. Apenas la hubo engullido, la serpiente mudo su piel y por lo tanto rejuveneció. Gilgamesh se sentó a llorar por la pérdida del elixir de la vida eterna.
Tal y como nos dice Campbell (1997) la búsqueda de la inmortalidad siempre ha fascinado al corazón del hombre. Hay algo en ese símbolo que conmueve en lo más hondo de nuestro ser. Sin embargo, existe un mal entendido radical que se perpetúa en nuestra sociedad. La búsqueda de la inmortalidad en el plano material o físico, que podemos observar hoy en los avances de la medicina para aumentar la longevidad, o en las polémicas que se suscitan como consecuencia de la pretensión de alargar la vida del paciente, pese a la situación y el estado en el que se encuentre, se deriva de una auténtica y profunda incomprensión. Muy al contrario, el problema fundamental es la ampliación de la perspectiva del hombre, de suerte que su cuerpo y su yo no obstruyan ni obnubilen la visión de la inmortalidad en el hombre. La dádiva que entregan los dioses al héroe ha de entenderse en un sentido simbólico. Representa la renovación de la energía vital, un nuevo nacimiento tras la transformación que se opera en el interior de lo inconsciente. El don verdadero es la trascendencia del ego, después de la muerte de las antiguas estructuras, de la identificación con el ego y con el cuerpo, del egoísmo consecuente y de la arrogancia del "sabio", dando nacimiento a un nuevo ser que, aún siendo el mismo, sin embargo ya no lo es.
No deberá sorprender, tras lo enunciado con anterioridad, que la estructura de los mitos, leyendas y cuentos de hadas tenga su fundamento en el alma humana. Estos son representaciones simbólicas de procesos que se gestan en el caldero de lo inconsciente.
El reino mítico lo llevamos "dentro". Todos los gigantes, serpientes, dragones, vampiros, así como los ayudantes secretos del viaje están allí, en el reino de los sueños. El reino al que incesante e ineluctablemente regresamos cada noche. Allí radican todas las potencialidades que nunca trajimos a la realización como adultos. Es, pues, el reino de lo no manifestado aún. Ellas son las semillas de oro que encontramos en el viaje a nuestras profundidades.
Ese mundo de lo inefable es el reino de los arquetipos, de las imágenes primigenias (Jung, 1994a,b). La misión del héroe o del iniciado es llegar a asimilar los correlatos simbólicos del arquetipo: los símbolos creados por lo inconsciente. Estos símbolos constituyen la manifestación, asequible a la conciencia, del transcurso del acontecer psicoenergético o libidinal de lo inconsciente. El descubrimiento y asimilación de los arquetipos, en su versión simbólica manifestada, no sólo dirigen el destino individual, sino que a través del desarrollo psicológico del individuo hacia la individuación, inspiran y marcan direcciones por las que la civilización habrá de dirigir sus pasos. Tarea ésta que siempre corresponde al individuo, pues la masa ensalza las cualidades colectivas de sus constituyentes y, con ello, realiza una apología de lo que hay en el hombre de más bajo, tosco, burdo, soez y pueril.
De esta suerte, la vía del hombre a la autorrealización o individuación está jalonada por los símbolos gestados en lo inconsciente. Estos marcan las rutas que habrá de seguir la libido en un momento dado y, una vez constelado el arquetipo subyacente, sólo en esa dirección podrá encontrarse el pleno discurrir de la libido. Toda otra dirección, cual sucede con el fluir de un río, irá poco a poco muriendo (Jung, 1994a).
En un artículo publicado en su página web Almazán abre sus "apuntes jungiano-alquimistas" con dos referencias que resultan muy interesantes en este contexto:
- "Habentibus symbolum facilis est transitus". Mylius: "Philosophia reformata".
- "La verdad no vino al mundo desnuda, sino que vino en tipos e imágenes. Nadie recibirá la verdad de otra manera. Hay un renacer de nuevo y una imagen del nacer de nuevo. Es indispensable nacer de nuevo a través de la imagen". Evangelio Gnóstico de Felipe.
Ambos fragmentos son de sumo interés, dado que nos muestran y corroboran sempiternas verdades. Tal y como lo indica Almazán, siguiendo las enseñanzas de Jung, la psique humana, en sus más profundos sustratos, funciona hoy como siempre ha funcionado. En su esencia es la misma. Coincidente con la egipcia de Ramsés, la griega de Platón, la romana de Séneca, la árabe de Mahoma, la medieval europea, la que produjo la Revolución Industrial, las Guerras Mundiales y, por supuesto, la Crisis Ecológica. En suma, la psique es idéntica en todos los hombres, en todas las culturas y en todas las épocas bajo el umbral de la epidermis individual. Como siempre, seguimos actuando bajo el influjo numinoso del arquetipo, el ego consciente sigue siendo una isla en el inmenso océano de lo inconsciente y su mecanismo proyectivo, aunque depurado, sigue siendo el mismo de siempre.
Opino con Almazán que poco importa las veces que esto se haya escrito, pues resulta incomprensible a la mente involucionada, ciega para estas verdades interiores. De qué sirve leerlo si el alma no se conmociona con ello, si no irrumpe un escalofrío que recorre el cuerpo entero; si no queda uno apresado en su campo de atracción, impulsándole a escudriñar por entre los abismos de la sustancia arcana.
El poema que a continuación presento muestra cómo se puede vivir en el plano del símbolo una experiencia trascendental. Lo escribí hace algún tiempo y tuvo una importancia extraordinaria para mí.
En algún lugar del inconmensurable universo,
En algún instante del acontecer eterno,
Surgió la imagen de la Feminidad gloriosa,
Dama Beatífica de colores mil adornada.
¡Oh, Señor! ¡Airado de mí!
Con audacia y atrevimiento sin fin,
Osé encaminar mis pasos hacia ti;
Yo, de tu fano fámulo hasta el fin.
¿Atrevido? No, temerario,
Por mi invocación sentenciado.
Mujer, Dama, Diosa
De mis sueños Señora.
Fuente de excelsas inspiraciones,
Accediste a mis peticiones,
Consumaste en mí tus donaciones,
Abriste mi vida a los humanos corazones.
Y nado en un océano de felicidad,
Cuanto, hacia ti, mayor es mi afinidad.
Y, aún amarrado a ti para la eternidad,
Nado en la imperecedera felicidad.
Tierra de Marfil,
Ciudad Natal,
Océano Abisal,
Fuente Primordial,
Tierra Prometida,
Vaso y Cáliz de Vida.
Tú me glorificaste,
Brotar la Vida en mí hiciste.
El bienaventurado estado
a mi vida conferiste,
Pues el fluir necesario
Tú me lo concediste.
Accediste a mi ruego
De escrutar en lo profundo,
Aquel Arte siempre codiciado
Y pocas veces encontrado.
Y fui feliz, cual jamás hube sido,
Y las inervaciones que estallaron
Por el sentir del fluir vital concedido,
Todo mi cuerpo convulsionaron.
¡Nunca me hubiera prestado
a concederte mi beneplácito,
si tus deseos no hubieran surgido
de un inefable propósito!
Exclamaste,
¡Oh, Reina de las Profundidades!
Desvaneciéndote,
¡Oh, Reina de las Oscuridades!
¿Eres tú, acaso,
fuente de vida eterna?
¿Eres tú, acaso,
manantial de renovada vida?
¿Acaso me dirijas por aquella senda
tiempo ha recorrida?
¿Quizás seas tú, por fortuna,
Divinidad Sempiterna?
Sea cual fuere la Obra a representar,
Tú eres y seguirás siendo siempre,
La Imagen Divina del transcurso celestial,
Fantasma proveniente del más frondoso Floral,
Del Divino Vergel,
De donde emerge Aquel,
Aquel sublime caudal
de energía vita,l
De donde tiene origen el Todo
Y a donde converge todo.
Irreal, cual imagen fantástica.
Real, cual ripario fluir de las aguas.
Pasiva en mis más íntimos contactos,
Activa en los consabidos actos.
La vida fluye en nuestro derredor,
Barrunta la muerte a nuestro alrededor
El olvido de tu furor.
Como puede comprobarse, la experiencia numinosa, aquí expresada en un lenguaje poético, es incomprensible e inescrutable sin el auxilio de los símbolos. Y ese mundo, el mundo de lo inconsciente colectivo, es el alma madre del yo consciente, de la cual una vez surgió, así como de los símbolos que le son accesibles y que representan la dirección de la libido y, por tanto, del destino humano.
Estos símbolos son los mensajes cifrados de lo inconsciente que señalan el camino en el proceso de individuación.
El proceso de individuación
Hagamos un repaso de lo que entendemos por proceso de individuación en psicología analítica, y, pronto, se dejarán entrever sus semejanzas con las lecciones que nos enseñan las aventuras míticas del héroe, los alquimistas, los gnósticos, los místicos y los astrólogos.
Cada uno de nosotros posee una naturaleza interna que, en parte, es individual y, en parte, colectiva o común a la especie, tal y como lo expresa Maslow (1998). Naturaleza que debe ser manifestada, a fin de desarrollar el plan que cada uno lleva en sus lares más íntimos. A esa naturaleza, constituida tanto por el consciente, cuanto por lo inconsciente, Jung la denomina Si-mismo. Así, la individuación podría definirse sucintamente como la realización del Si-mismo.
Con demasiada frecuencia tiende a identificarse individualismo con individuación. Y en modo alguno son lo mismo. El individualismo es una exaltación de las pretendidas peculiaridades, un deseo, a menudo inconsciente, de destacarse excéntricamente de lo que se considera colectivo. Es una mórbida tendencia a acentuar y destacar lo propio, a expensas y, con frecuencia, en contra de las necesidades y obligaciones sociales, llegando, incluso, a pasar por alto las reglas colectivas.
En total contraposición, la individuación es la realización de lo que constituye la naturaleza íntima del individuo. Como muy bien ha expresado la profesora Carmen Velayos (1996), al hablar de la naturalidad de la moral estoica, la individuación sería el equivalente a lo que ella describe como el ideal moral estoico, cuando dice que es un "proceso continuo de autorrealización que no parte de un concepto abstracto de deber, sino de las propias disposiciones naturales humanas, y que no consiste, al fin, en dejar de ser naturaleza para llegar a ser otra cosa, pues el estado más propiamente natural coincide con la meta moral personificada en la figura del Sabio". Y continúa "(la oikeiosis es) aquel proceso por el que reconocemos y ... apreciamos o amamos lo que pertenece a nuestra identidad natural." Con ello, no sólo se destacan y diferencian las cualidades individuales, que en sí mismas son colectivas, sino que, además, su expresión excelsa repercute en un beneficio social mucho más efectivo. Al tiempo, el individuo se mantiene dentro del equilibrio de energías que gobiernan en el Cosmos-Universo (materia-información), como parte integrante del mismo, estableciéndose una sincronicidad entre organismo y Creador (Delgado, 2000, 2001). Y esto último coincide con la siguiente afirmación de Velayos: "La ética estoica es una ética naturalista que acepta como criterio normativo una disposición natural proclive al desarrollo evolutivo. Más si esto es así (...) es porque dicha disposición pone en contacto al individuo, que es su sujeto, con la finalidad cósmica a nivel global".
Por consiguiente, la realización de esas cualidades colectivas en el seno de la individualidad, permite descollar su expresión individual y se desprende, con ello, una eficiente y efectiva ejecución de las obligaciones sociales y universales. En este sentido, la sociedad se beneficia de la persona individuada, en proporción directa a su autorrealización.
Este proceso lleva a un autoconocimiento cada vez más ampliado. De esta suerte, cuando se ha recorrido el primer trecho obscuro, la primera etapa de la noche obscura del alma, para utilizar el lenguaje de místicos como San Juan, y se ha alcanzado un cierto nivel de conciencia, los motivos individuales no reconocidos, tales como situaciones cotidianas que hemos pasado por alto, conclusiones que hemos omitido, estados afectivos reprimidos durante el día o críticas que hemos ocultado; dichos motivos individuales decimos, dan paso a un estrato inconsciente más profundo, basamento del inconsciente personal al que Jung (1997) denominó inconsciente colectivo.
Esta conciencia ampliada pone al individuo en indisoluble relación con el mundo. Toda complicación surgida en este estrato se refiere a problemas que tienen que ver con el colectivo de la época. El individuo, en el seno de su existencia y dentro del marco de su estructura psíquica propia, habrá de dar respuesta a los problemas que aquejan al resto de sus coetáneos, problemas que la humanidad siempre ha tenido que afrontar.
A este nivel, aparecen en el individuo imágenes fantásticas producidas por lo inconsciente, que bien pueden manifestarse en sueños, bien en visiones estáticas. Visiones o imágenes que se corresponden con la unión mística del sabio, la unión de los opuestos alquimistas o los mandalas representativos del orden o totalidad. Todos ellos son representaciones de la psique inconsciente, que actúan canalizando la libido por una dirección que es, a partir de entonces, la única válida para una vida conformada a lo que es "voluntad de Dios".
Hoy se está percibiendo el problema de los opuestos desde un ángulo religioso. No ha de resultar extraña, por tanto, la proliferación de bibliografía mística y el interés por esa materia. Tampoco lo es que en los sueños de algunos hombres y mujeres contemporáneos, sensibles a los problemas de la época, encontremos distintas versiones de un motivo religioso: la unión del alma con Dios.
Simbolismo de la iniciación
El inicio del proceso de individuación lo describe Mayer como "nigrum, nigrius nigro", negro, más negro que lo negro. Este color da nombre a la fase alquimista de la nigredo, cargada de peligrosas tensiones contrapuestas (inimicitia elementorum). William Blake dice de esa fase que "bajo dolores punzantes, la vida se precipita hacia el abismo como una catarata". Con lo que expresa el doloroso desgarramiento interior, muy difícil de expresar en palabras. Y así, dice Nicolás de Cusa que "como no tiene nombre, se le llama hylé, materia, caos, posibilidad o susceptibilidad de ser, o lo que sirve de fundamento de algo, u otras muchas cosas (...)". Guenon nos aclara su significado cuando dice: "las tinieblas representan siempre, dentro del simbolismo tradicional, el estado de las potencialidades no desarrolladas que constituyen el "caos", y correlativamente, la luz se relaciona con el mundo manifestado, en el cual estas potencialidades serán actualizadas (...) La luz viene después de las tinieblas, y esto no sólo desde el punto de vista macroscópico, sino también desde el punto de vista microscópico, que es el de la iniciación, ya que las tinieblas representan el mundo profano."
El negro es un color de duelo, pero de un duelo sin esperanza, como lo señalan Chevalier y Gheerbrant (1995). Simboliza, el duelo negro, la pérdida definitiva, la caída sin retorno. Según estos autores el Adán y la Eva del zoroastrismo, engañados por Ahirman, se visten de negro cuando son expulsados del Paraíso.
La nigredo alquimista representa un estado psicológico que se caracteriza por un caos impenetrable, que constituye el sinónimo de la materia prima enigmática (Jung,1957).
Los alquimistas operaron en los laboratorios con sus alambiques y retortas. Pero lo que ellos buscaban en la materia química, se encuentra en el propio hombre. Ellos proyectaban los contenidos de lo inconsciente en sus experimentos de laboratorio, participando inconscientemente en esos procesos de transformación de la materia, por medio de la identificación inconsciente entre sujeto-objeto. El lapis philosoforum, como medicina universal que curaba las enfermedades y otorgaba la vida eterna, (otro símbolo equivalente al de la planta de Gilgamesh) se encuentra en el interior del hombre.
En el mundo ctónico, bajo la realidad aparente de los objetos externos, el vientre de la Tierra es el lugar obscuro en el que tiene lugar la regeneración del mundo diurno. Los grandes cambios que se han operado en los últimos años en la situación mundial y el interés creciente por la Naturaleza y, por tanto, el auge de la ecología, en especial la ecología profunda (Harding, 1995, Johnstone, 2001) se ha ido gestando en la obscuridad abisal de lo inconsciente. Nada que no se haya gestado primero en el interior del hombre, podrá manifestarse en el mundo de lo consciente. Me interesa mencionar aquí la película Matrix, protagonizada por Keanu Reeves y Laurence Fishburne, que tanto éxito ha cosechado en los últimos años. Su elevado contenido arquetípico, lo hace atractivo para el psicólogo analítico, pues representa, en una versión moderna del mito del héroe, lo que se está tratando en este trabajo.
Servier (1964) dice del negro "color del duelo en Occidente, el negro originalmente es símbolo de la fecundidad, como en el Egipto antiguo o en Africa del norte: es el color de la tierra fértil y de las nubes henchidas de lluvia." Si es negro como las aguas profundas, se debe a que contiene el capital de vida latente, porque es la gran reserva de toda cosa manifestada. Aquí me gustaría fijar la atención en un aspecto que tiene especial relevancia en este contexto. La negrura del caos iniciático se relaciona con las aguas profundas, pero, también, tiene su paralelo con el simbolismo del Diluvio y de las inundaciones. En efecto, al inicio del opus magna se opera un descenso del nivel mental, es decir, una depresión en favor del material inconsciente que se ha constelado. Gran parte de la libido se ha investido en los nuevos símbolos, como actualización del arquetipo de la sombra. Y este es un correlato psíquico del simbolismo del gran Diluvio. Pero en el Diluvio, como en toda inundación, tal y como sucede también con las crecidas del Nilo, las aguas se enturbian por el contenido de limos y arcillas (en el caso del océano toda una mezcolanza de materia orgánica e inorgánica) que arrastran o movilizan las aguas. Así, éstas están formadas por una especie de barro que, una vez descienden las aguas, fertilizan la tierra y la preparan para una nueva cosecha. En este sentido, Blázquez (2000) nos dice que "el relato hebreo del Diluvio Universal presenta ciertos rasgos comunes con el relato del diluvio de la epopeya de Gilgamesh." En ambos casos, el diluvio supuso una catástrofe que alcanzó al cosmos entero. Se derrumbó el edificio del universo, al derramarse sobre la tierra el agua y brotar el mar primigenio. La creación vuelve al caos original con esta catástrofe primordial.
La inundación lo abarca todo, se produce el caos y la anegación de lo manifestado. Después de esta desoladora destrucción, surge una nueva vida que, sin embargo, parte de la que ya habitaba la Tierra. Esto significa, desde un punto de vista psicológico, que el azote de lo inconsciente y la anegación de la conciencia por los contenidos aflorados desde lo inconsciente provocan un caos, una incertidumbre, un desconcierto, una tensión y una angustia que, sólo después de largos esfuerzos de dedicación y con un sentimiento de certeza en un propósito trascendente, que bien puede equipararse con la fe cristiana en la bondad de Dios, se logra agrandar la personalidad y ligarnos con la experiencia de la divinidad. Pero este peligroso abrazo de lo inconsciente, puede conducir a la psicosis si la conciencia no está preparada para asimilar los contenidos. Ese fondo obscuro, esa inundación que trae consigo el material limoso que fertiliza la tierra para una nueva cosecha, presenta una conjunción de principios: el principio receptivo y matriarcal (la Tierra, en forma de barro o lodo) y el principio dinámico propiciador del cambio y de las transformaciones (el Agua).
Sin embargo, en las inundaciones lo que primeramente se enfatiza es el elemento agua, como punto de partida y principio fundamental, dando al simbolismo un cariz explícito y específico: psicológicamente, aventura un proceso de involución, de degradación y de regresión. Por ello, dado el carácter ético de ésta última ampliación, el lodo se asocia con las heces, con los niveles inferiores de lo inconsciente, con las aguas corrompidas, sucias, fétidas (por el ácido sulfhídrico, también relacionado con Satán, en tanto que olor a azufre) estancadas y putrefactas. Esta asociación nos lleva a considerar la noción de pecado que se halla incluso en los Aztecas. Pero los excrementos son considerados por los Aztecas como un símbolo de fuerza y de poder biológico sagrado, que reside en el hombre y que, una vez evacuado, puede ser recuperado (Chevalier y Gheerbrant, 1995). De esta suerte, lo que en principio carece por completo de valor, en cierto modo, está preñado del mismo.
En el Africa negra determinados ritos circundan las heces, las cuales se consideran cargadas de fuerzas comunicadas por los hombres. Así, entre los Bambara del Malí, después de haberlas quemado, se lanzan sus cenizas al Níger como ofrenda al dios Faro, organizador del mundo, el cual se cree que restituye estas fuerzas purificadas y regeneradas en forma de lluvias, con las que regará la Tierra (Germaine,1951). Este último motivo, lo encontramos, a modo de correlato, en una epopeya irlandesa titulada "Muerte de Curoi". En ella se relata cómo, tras una batalla en la que el reparto de despojos ha sido muy desigual, el rey de Leinster, Curoi, no ha recibido nada, pese a prestar a los Ulates una ayuda muy preciosa. En acto de venganza, vence al joven héroe Cúchulainn en combate singular, le arrebata su caballo, lo tira a la tierra y le embadurna la cabeza con boñiga de vaca. Pero Cúchulain ha recibido nuevas fuerzas con ese acto y seduce a la mujer de Curoi, Blahnat (florecilla) haciendo de ella su cómplice en la muerte de su adversario (Rennes 1948). Por lo tanto, la impregnación de heces (o fango), un acto que pretende mancillar y mancilla, regenera, a la par, a los seres objeto de mancillado.
En este sentido, el ser inundado por una corriente de aguas embarradas (lodo, barro) nos conduce de nuevo al simbolismo del Gran Diluvio. Ambos semejan un cataclismo natural de carácter no definitivo, es decir, tiene un final de signo positivo. El Diluvio está ligado a las faltas de la humanidad, morales o rituales, pecados y faltas a las leyes y a las reglas espirituales. Psicológicamente se relaciona con el arquetipo de la sombra, tras la cual se hallan los aspectos monstruosos, bestiales y aterradores de lo inconsciente colectivo y, tras la penumbra del inconsciente individual, aparece un lugar de umbría absoluta, donde la luz se ve cercenada por completo. Es el mundo de las imágenes arquetípicas, en el que la conciencia se ve subsumida, impregnada, imbuida y embebida para confrontar y arrostrar la barbarie humana, demasiado humana. Barbarie que comparte toda la humanidad y que, al aflorar a la superficie en forma de lodo, se puede sentir como un asfixiante abrazo, que parece conllevar implícita una muerte. Esta muerte es, ante todo, una muerte para con el mundo, esto es, el peligro de la locura, siempre al acecho y siempre presente en toda etapa de iniciación, es decir, de introversión. Y esta etapa es revelación e introducción. Todas las iniciaciones atraviesan una fase de muerte antes de abrir el acceso a la vida nueva. En este sentido, la muerte es una liberación de las fuerzas negativas y regresivas, transformándolas en fuerzas ascensionales del espíritu. Así entendida, la muerte es un medio, una puerta de acceso al reino del Espíritu. El ignorante, profano e ingenuo debe morir para renacer a una vida superior. Si no muere en su estado de imperfección (ignorancia), se le veda todo progreso iniciático. Por tanto, en cierto modo se produce una inmolación, pero ésta es inicialmente simbólica. Es la muerte del anterior estado ignoto, arraigado en las costumbres y vicios familiares, que mantienen al individuo involucionado, para renacer al nuevo estado de conciencia, desde el que se observa la vida con una panorámica distinta, ampliada. Psicológicamente, esa situación interior se refiere a un sentimiento de dolor insoportable. Pareciera que todo lo vivido, hasta la fecha, no tiene ningún sentido y que lo único que se produce es un conjunto de pecados capitales, forjados a fuego en el seno de una familia y una nación de inconscientes. Así es, al menos, como se vivencia esa etapa. Si el potencial está cubierto de lodo, si el arte se trasmuta en barbarie, el pensamiento en servidor del Diablo, que con su hybris todo lo destruye y nada aprecia. Si el amor a la vida y a todas sus criaturas se convierte en impotencia y ésta, a su vez, abona el terreno para el nacimiento de la envidia, de la destructividad, del odio, del sadismo, de la crueldad y de la violencia, se ha producido una desviación del propósito de la vida. Entonces, en ese estado, ya nada parece importar, ni tan siquiera la propia vida. Este es un momento crítico, pues incluso se llega a pensar en el suicidio y en la descarga de la maldad en este mundo (Grof, 1998).
La transformación nace del barrial, de donde se emerge de la obscuridad en la que todo se encuentra sumido, bajo el manto de un lodo asfixiante y mortífero. El río Nilo, cuando produce sus inundaciones, simboliza una muerte de lo anterior, pero, a la par, es fuente de fertilidad. Es decir, simboliza un acto de muerte y renovación (Schuon,1950). Ese flujo es el flujo de la existencia, con la sucesión de deseos, sentimientos, intenciones e impulsos. Pero el río arrastra consigo todo a su paso. Ese ser arrastrado parece simbolizar la corriente libidinal in-voluntaria o ajena al libre albedrío, es decir, la dirección descendente del flujo de la libido instintiva, hacia el océano primordial de aguas calmadas. Esta última amplificación nos conduce de lleno al simbolismo alquímico de la nigredo. La materia prima debe ser lavada para su purificación. Presenciamos, una vez más, el sempiterno paso del estado de la nigredo, es decir, de la terrible confusión, negrura o inconsciencia al estado de albedo, de conciencia, de retirada de proyecciones, de integración y de purificación (von Franz, 1999).
El proceso que atraviesa el gnóstico tiene una especial relevancia en el contexto en el que nos movemos, pues reproduce el viaje del héroe en la mitología de los pueblos y las fases del alquimista. Así, Roob (1997) nos dice que el gnóstico pasa por dos conocimientos fundamentales. El primero de ellos es que, en lo más hondo del ser humano, se halla una naturaleza divina: el rayo de luz divina en las profundidades del hombre. El segundo conocimiento se refiere a la dificultad de esa situación. Esa luz está prisionera bajo poderes de las tinieblas, confinada en la lejanía de la materia, encerrada en la mazmorra del cuerpo, donde los sentidos corporales lo engañan, los astros lo mancillan y embrujan y las fuerzas del mal lo laceran para impedir su retorno a la patria divina. Así, a la pleroma o plenitud espiritual de la gnosis se le opone el kenoma, la vida material del mundo de las apariencias.
La tarea ingrata de la creación le corresponde al despótico demiurgo, cuyos actos se vuelven en contra de Dios, representante éste último de la luz y de la bondad. El demiurgo de la Gnosis origina un terrible caos, creando un mundo desnaturalizado e incompleto. Mundo que la alquimia pretende mejorar por medio del Arte, creando un nuevo orden o modificando el existente, tal y como nos lo explica Roob.
Continúa diciéndonos Roob que para llevar a cabo esa obra, en muchos mitos gnósticos, se atribuye al hombre una responsabilidad creadora. Esta responsabilidad es la de curar al mundo enfermo, mediante la devolución del rayo de luz divino, el oro espiritual. Para ello, hay que pasar por las siete esferas planetarias del cosmos ptolomeico, relacionadas con los siete sellos del Apocalipsis de San Juan y los siete estados de meditación del Buda, entre muchos otros símbolos de igual significado psicológico. A la esfera de Saturno le corresponde "la sucia vestidura del alma", el plomo. Para franquear esa esfera es necesario pasar por la muerte del cuerpo y la putrefacción de la materia, conditio sine qua non de la transmutación en el oro filosofal. Llegar a alcanzar el oro, como estado de madurez de la materia prima, requiere estar en posesión de la gnosis, es decir, de las prácticas de la magia astral.
El Espíritu de Saturno
De Saturno se dice que, en un principio, reinaba glorioso sobre la Edad de Oro de la Eterna Juventud (Chevalier y Gheerbrant, 1995). Al igual que Satán, el ángel desterrado, Saturno fue destronado por su hijo Júpiter y "confinado bajo la tierra", tal y como aparece en la Iliada, donde se encuentra en un estado deplorable.
Saturno figura en el Opus como símbolo inicial de la "puerta de las tienieblas" por la que debe pasar la materia, "para renacer regenerada, en la luz del Paraíso". A Saturno se le atribuye el estado inferior, vil y grosero. Boehme, en la Aurora Consurgens, lo llama "el regente frío, rígido, duro y severo", creador del esqueleto material del mundo.
De él se dice que su influencia es responsable de las mayores calamidades y desgracias. Por ello, se lo tenía como un planeta maligno. Pernety (1787) afirma que para los químicos herméticos Saturno representaba el metal plomo. Y los filósofos herméticos se referían a él como el color negro, el de la materia disuelta y putrefacta, o bien como el cobre común, el primero de los metales. Chevalier y Gheerbrant (1995) dicen, acertadamente, que estas son imágenes indicadoras de un fin y un principio, una parada en un ciclo y el comienzo de uno nuevo, acentuando más bien la ruptura o el freno que la evolución misma.
Para la antigua astrología, Saturno es el principio de la concentración, de la contracción, de la fijación, de la concreción material, de la condensación y de la inercia. Representa, además, la fuerza de la cristalización, de la condensación del vapor de agua, de la rigidez de las estructuras concretadas o manifestadas y endurecidas, oponiéndose, por tanto, a todo cambio o modificación (Hickey, 1992). La inflexibilidad es obvia en el principio encarnado por Saturno, pues cuando lo no manifestado cristaliza y se manifiesta en el mundo de la materia, poco margen de maniobra queda ya para el cambio.
El Gran Maléfico es el nombre con el que los astrólogos antiguos lo conocían. Y con muy buenas razones si consideramos su simbolismo. Representante de los obstáculos de toda clase, de las dificultades, de las carencias, de las detenciones bruscas, de la mala suerte, la impotencia frente a lo ya manifestado, y la parálisis del fluir de la vida (Chevalier y Greerbrant, 1995).
Sus domicilios astrales son Capricornio y Acuario, signos opuestos a los domicilios de las luminarias, Sol y Luna, es decir, a los signos de Leo y Cáncer, respectivamente.
A Saturno se le ha conferido desde muy antiguo, por los astrólogos, toda suerte de desgracias en la vida, por lo que lo han representado como el esqueleto con la Guadaña. En ese sentido se lo asocia con Satán, siendo, de hecho, la residencia misma del diablo (Jung,1994a). Profundicemos un poco más en esta analogía. Según Schärf (1994) el nombre "Satanas" procede del verbo sàtan= impugnar, retar, perseguir y en forma más concreta: "impugnar por medio de acusaciones". Esta significación originaria tiene una importancia extraordinaria para la comprensión psicológica del término. En efecto, los períodos de influencia de Saturno, o sea, del diablo en cuanto Satanás, se asocian al inicio del proceso de individuación, cuando se produce la asimilación de la sombra. En esos momentos, sucede que, el individuo proyecta en el prójimo todos los contenidos que hasta la fecha no ha admitido y que, por tanto, había reprimido. No es difícil observar, sobre todo al comienzo de dicho período, una posesión por parte de la sombra, lo que se traduce en una impugnación, harto exaltada, de los vicios no reconocidos, en la figura del prójimo. El enemigo interno se proyecta en el otro y se vivencia desde el exterior. Por lo tanto, "la impugnación por medio de acusaciones" se corresponde con un estado psicológico de posesión por parte de una potencia autónoma de lo inconsciente que, en lenguaje del Antiguo Testamento, correspondería a Satanás.
Y resulta muy interesante el apunte que hace Schärf acerca del verbo sàtan, cuando dice que "en un sentido primitivo, significaba una persecución en forma de impedir la marcha hacia delante, o sea: estorbar, oponer, impedir una intención". Por tanto, se trata del adversario o del oponente, figura que encaja con suma perfección con el concepto de sombra en psicología analítica. Como dice el autor al tratar del concepto profano de Satanás y basándose en el Libro de los Reyes, "el adversario constituye lo opuesto a la paz, a la tranquilidad de esta vida, al estado de prosperidad segura y plena". La palabra sàtan la relaciona con "vicisitud". Y, más adelante, refiriéndose a II Samuel XIX, 23, cuando los hijos de Sarvia le quieren impedir conceder la vida a Semeí, condenada a perderla por un anatema de un antiguo rey, dice "el pasaje permite suponer, que aquí hay ya un concepto de enemigo (Satanás) interior, que se aplica simbólicamente a los hijos de Servia". Unos párrafos después, al referirse a II Samuel XIX, 23, dice "este pasaje excede también la confrontación concreta y expresa de "Satanás" como enemigo, en la medida en que lo confrontado se encuentra en el plano psíquico y se expresa con la imagen del enemigo exterior. El concepto profano de Satanás se transforma aquí en la imagen de una lucha interior".
En el Tarot, el símbolo de Satán, expresa la combinación de los cuatro elementos (agua, aire, tierra y fuego) en cuyo seno se desarrolla la existencia del hombre. En este punto, se asocia al hermafroditismo de Satán, la versión obscura del Andrógino (Nichols, 1997). Satán es el reflejo de Dios, su otra cara, la imagen en el espejo y la contrapartida de la divinidad. El cometido de Satán o el Diablo (como imagen arquetípica) es el reducir, simbólicamente, a la caída al Espíritu: desposeer al hombre de la gracia de Dios para someterlo a su dominio. Y así, en Japón, los espíritus diabólicos que poseen al hombre son jactanciosos y orgullosos (Chevalier y Gheerbrant, 1995). Todo aquí evoca al infierno, en el que no existe distinción entre el hombre y el animal, entre la conciencia y lo inconsciente, pues están ligados, indiferenciados. Pero, así como el Diablo es la figura despiadada y malvada que trasunta por entre las fisuras del entendimiento humano y provoca las más de las veces una inflación (Jung, 1997), traicionándolo y abocándolo a sus dominios, es la parodia de Dios, que como figura antropoide, representada en los sueños por la imagen de un negro primitivo o su equivalente racial, advierte de los peligros que corre aquel que utiliza las energías, por él conferidas, en favor del propio provecho. Y en este orden de ideas, Rijnbert (1947) afirma: "El que aspire al saber escondido, al poder oculto, debe permanecer en equilibrio como el Prestidigitador, o mantener en jaque las tendencias opuestas del Abismo, como el héroe sobre su carro, adquirir la paz interior como el eremita, o difundir a la manera altruista del Ahorcado, vencedor de sus propios deseos, los beneficios de la ciencia, de lo contrario cae víctima de las corrientes fluidas desordenadas que ha evocado o proyectado, pero que no ha sabido dominar. Ante lo oculto es preciso renunciar a dominar, o resignarse a servir. Vencedor y vencido, uno no trata de igual a igual con las fuerzas de la Nada". Fuerzas que resultan imprescindibles para el equilibrio de la naturaleza (humana y no humana): sólo Lucifer aporta luz y se convierte en el Príncipe de las Tinieblas. Este argumento enlaza con lo que señala Jung (1994) al establecer la relación de Saturno con Mercurio. El propio demonio simboliza la iluminación superior a las normas habituales, que permite ver más lejos, como si se poseyera un telescopio especial, y con más seguridad. Autoriza a romper las normas de la pura racionalidad, en nombre de una luz trascendente que es tanto del orden del conocimiento como del destino.
Agrippa de Nittesheim dice de Saturno que es "un gran señor, sabio y cauto, autor de la contemplación interior" y continúa "defensor y desvelador de misterios". Por tanto, Saturno tiene su aspecto positivo, como todo arquetipo. De esta suerte, su influencia confiere una profunda penetración, a fuerza de largos esfuerzos de reflexión, lo que se corresponde con la fidelidad a la propia naturaleza (al lumen naturae), a la ejecución de la Ciencia, a la renuncia a los bienes efímeros y al desapego por las "cosas de este mundo", a la castidad y a la adopción de una actitud religiosa. Y esta última se consigue después de una ruptura y un desapego, comenzando por la separación del bebé de su madre tras el parto, pasando por la ruptura del "cordón umbilical" psicológico, en tanto que subdesarrollo del anima como función de desarrollo con lo inconsciente y, por ende, de la identificación inconsciente o participación mística con la madre real, de carne y hueso, por la proyección del anima indiferenciada, lo que arrastra al individuo a una relación pueril con el sexo opuesto. Y, por supuesto, todos los sacrificios y renuncias que la vida misma impone.
Este proceso aboca en una madurez psicológica, fruto de la liberación de las ataduras a nuestra animalidad, a las posesiones materiales o inmateriales. Se consigue, con ello, una libertad que denota la ruptura de las cadenas que nos apresan a una instintividad y a una pasión enceguecidas. En este mismo sentido, la parálisis de la progresión libidinosa simbolizada por Saturno, nos obliga a considerar el desarrollo espiritual, moral e intelectual. Este estado de parálisis y arrostramiento de lo que de más oscuro hay en la naturaleza humana, se relaciona con la primera fase de la obra alquimista, la ya referida nigredo y, por tanto, con el inicio del proceso de individuación.
En ese mismo sentido, Mayer dice que la piedra no se oculta en el oro saturnal, sino en la fase negra de la putrefacción, que se encuentra al comienzo del opus y está regida por Saturno. Y esa fase negra de la putrefacción se corresponde con la "noche obscura del alma" de los místicos. Período previo a la unión mística o unión de los contrarios.