Ante la exposición que a continuación se presenta, en la que se indagan algunas de las relaciones existentes entre la psicología analítica, la Alquimia, el gnosticismo y, sobre todo, la Astrología es menester realizar una introducción a fin de orientar al lector que no pertenezca al oficio de la psicología.

Psicología y Astrología

Por José Antonio Delgado González. Ldo. Ciencias Ambientales por la UEM. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

  1. Introducción

Ante la exposición que a continuación se presenta, en la que se indagan algunas de las relaciones existentes entre la psicología analítica, la Alquimia, el gnosticismo y, sobre todo, la Astrología es menester realizar una introducción a fin de orientar al lector que no pertenezca al oficio de la psicología.

Lo que sigue en adelante se refiere a observaciones realizadas en el alma humana. Dichas observaciones pueden ser, como de hecho han sido y, con toda probabilidad aún serán por mucho tiempo, consideradas como difíciles de contemplar o de difícil acceso. A algunos, incluso, les pueden parecer elucubraciones metafísicas, más o menos personales, carentes de validez por incluirse en el marco de una concepción individual o, a lo sumo, grupal. Sin embargo, es un hecho sorprendente, y en ocasiones exasperante por la porfía con la que se defiende, que hasta el más incompetente de los legos cree estar al corriente de todo cuanto hay que saber de psicología. De esta ciencia él parecer ser quien más puede saber y, por supuesto, la psicología es, ante todo y sobre todo, su propia psicología. Uno no deja de enfrentarse ante la nada anodina situación de tener que enmudecer, mientras el profano trata de dar magistrales lecciones de psicología, por supuesto su psicología. Pareciera que los conocimientos sobre esta difícil ciencia estuvieran al alcance de todos, por tratarse de un área de conocimientos de lo más accesible, conocida y abarcable. Nada más lejos de la realidad. Pues quien tenga un mínimo conocimiento del alma compartirá conmigo que se trata de uno de los dominios más oscuros, inaccesibles y refractarios al saber consciente general de cuántos se ofrecen a nuestra experiencia. En este terreno misterioso uno jamás deja de aprender. En el quehacer de todo psicólogo, y de aquellos individuos a quienes les ha tocado en destino la ardua y peligrosa tarea de embarcarse en un viaje de autoexploración profunda, no hay día que no se encuentre uno ante situaciones extrañas e inesperadas. Desde luego que los contenidos de lo inconsciente no dejan de ser complejos y sólo accesibles bajo determinadas condiciones, bien alejadas de lo superficial y cotidiano. Pero le son accesibles a todo aquel que disponga de los conocimientos  requeridos y emplee la metodología que le es propia a este tipo de domino especial. De la incompetencia y del desconocimiento de los profanos no es responsable el psicólogo.

El proceso analítico, es decir, la dialéctica entre la consciencia y lo inconsciente deja al descubierto una tendencia hacia la finalidad. En otras palabras, un proceso que conduce a un fin, cuyo máximo logro es la totalidad del individuo. A este proceso, cuyo objetivo es la realización plena de las facultades o potencias inherentes, aunque inicialmente inconscientes, del ser que habita y abarca al ser humano se lo designa con el nombre de proceso de individuación o autorrealización. Ejemplos de este proceso se pueden encontrar en el libro de Abraham Maslow El hombre autorrealizado. Lamentablemente la senda que conduce a la individuación es intrincada y está colmada de caminos que no hacen sino dar rodeos. Esa vía larguísima no tiene nada de regia. Es un camino serpenteante que nos hace discurrir a través de experiencias que se repiten de un modo cíclico. Podríamos comparar esa vía con el movimiento de una hélice que va subiendo de nivel a medida que realiza un giro completo. Cada vuelta de hélice finaliza en un momento en el cual parece culminar un ciclo de experiencias vitales, al tiempo que nos inicia a una nueva vuelta helicoidal que nos elevará, Dios Mediante, de nivel. Las experiencias se repiten, si bien, en la medida en que el nivel de consciencia o de autoconocimiento va siendo más amplio y profundo, el despliegue de nuestras facultades aumenta y, con ello, también nuestra sabiduría.

Pero este sendero está colmado de recodos que albergan experiencias de lo más horrorosas. Son estas experiencias las que suelen considerarse de difícil acceso. Y si esto es así, sólo lo es por el hecho de que son costosas y, al mismo tiempo, dolorosas. En ellas, las más de las veces, lo que está en juego es, ni más ni menos, que la vida y/o la muerte.

En un mundo como el nuestro cuya dominante está marcada por la consecución de todos los deseos y objetivos del modo más fácil, rápido y sin esfuerzo, por no mencionar la exención completa del dolor, no deja de ser comprensible que el ser humano contemporáneo se aleje de dichas experiencias, de las que huye despavorido ante el temor a las perturbadoras consecuencias que parece intuir.

De esta reacción es enteramente responsable la inconsciencia e indolencia del hombre moderno. Pero también lo es, y en medida aún mayor si cabe, la educación del contemporáneo frente a las religiones dominantes. Y es que en lo inconsciente hallamos lo que se podría denominar un instinto religioso o, si se prefiere, una función espiritual. De modo que el desprecio ante todo lo religioso que parece caracterizar al espíritu de ésta época es un desprecio a lo que de religioso hay en el ser humano. De esa actitud surgen una depresión latente y una neurosis soterrada por una carencia de valores espirituales.

En efecto, la Iglesia Romana ha sostenido la verdad de las Sagradas Escrituras, de la Biblia como un compendio de escritos considerados como el dogma que era necesario aceptar como verdadero. No obstante, la investigación moderna de los orígenes del cristianismo hasta nuestros días, parece mostrar la multitud de manipulaciones y engaños que los primitivos Padres de la Iglesia han llevado a cabo en aras de obtener poder y reconocimiento. Claro que estas acciones acaecen siempre en la sombra de toda institución, por lo que a quien tenga un mínimo conocimiento del hombre no le resultarán extraordinarias. 

Pero fijemos nuestra atención ahora en varios sucesos que han tenido lugar recientemente, como manifestaciones de procesos inconscientes que nos afectan a todos, y que nos permitirán darnos cuenta de, hasta qué punto el cristianismo está en la base de todos ellos. Así, el día 11 del 11 del 2004 murió el líder palestino Yaser Arafat después de varios días de agonía, en los cuales las informaciones sobre su estado de salud han sido contradictorias, engañosas y manipuladas, en una palabra, ocultas tras una cortina de humo. Esto mismo ha tenido lugar con el mensaje original de Cristo (sus enseñanzas originarias) y lo que, finalmente, nos ha llegado a través de la Iglesia de Roma, la fundada por Pedro. Y hago este apunte por ser Palestina el área en el que tuvo lugar el drama cristiano primitivo.

Al mismo tiempo, esa fecha concreta es la repetición del número 11. Esto, cuando acontece en un sueño o imagen emanada de lo inconsciente, simboliza que nuevo material de lo inconsciente está presto para emerger a la consciencia, con la multitud de ramificaciones y, por ende, de consecuencias potencialmente perturbadoras. A su vez, parece indicar que la muerte de Arafat y los atentados terroristas del 11 de Septiembre en Nueva York y el 11 de Marzo en Madrid están vinculados con la crisis que embarga a esta, nuestra cultura contemporánea. De los acontecimientos que se han ido sucediendo a lo largo de los últimos años puede colegirse que el yo consciente se aferra a lo conocido y lucha por mantener su hegemonía frente al material inconsciente que está emergiendo, si se me permite la reducción a las dimensiones de un sólo individuo que acabo de realizar con el colectivo. Y ese material está relacionado con el fin del mundo conocido. Es decir, el holocausto es un símbolo de la caída del principio masculino en el seno del Caos de lo Femenino. Pero ese Caos no es meramente destrucción, oposición, guerra, vacuidad, etc. En su seno está germinando la semilla de lo nuevo. Y eso nuevo es, precisamente, el arquetipo que está siendo dado a luz. En otras palabras, los contenidos cercenados por la Iglesia de Roma y que, entre otras fuentes, pueden encontrarse en los documentos gnósticos hallados en Nag Hammadi.

La conjunción de opuestos viene simbolizada por los dos triángulos invertidos unidos, la antigua estrella de David, el emblema de Salomón. El triángulo que mira hacia arriba simboliza el principio Masculino y el que mira hacia abajo el Femenino. Su amalgama, su interpolación o unión es un símbolo de la unión de los opuestos o hierogamia divina. El símbolo del Andrógino o Hermafrodita, de Hermes y Afrodita, del Mercurio alquímico y de la diosa Venus, del Logos y de Eros, del Espíritu y de la Materia, de lo Masculino y lo Femenino, del Sol y de la Luna:

 3 + 4 = 7

El tres es un número impar, masculino, y el cuatro, par, lo es femenino. La suma de ambos se corresponde con el número 7, el número de Piscis, del final de un Eón o ciclo, el final del Eón de los peces. El nuevo Eón de Acuario, el “Aguador”, amalgama la unión de los opuestos que regirá la Nueva Era. La era del Acuario que vierte el agua de la Sabiduría. Pero aún hay que excogitar material que pertenece al Eón que está muriendo. Material que ha sido sepultado u ocultado, reprimido o suprimido, bajo el yugo solar de la Iglesia de Roma. Y eso que está emergiendo está relacionado con la “corriente subterránea” esotérica que ha recorrido nuestra cultura desde los inicios del cristianismo.

Precisamente Jung fue el primero en presentar a la Alquimia como parte integrante de esa “corriente subterránea”, entendiendo por tal una relación semejante a la que acontece entre la consciencia y lo inconsciente. Así, el cristianismo dominante u ortodoxo se correspondería con la consciencia, mientras que la Alquimia recorrería los oscuros pasadizos de lo inconsciente. Por tal motivo, la Alquimia trataría de llenar aquellas lagunas que la dominante cristiana ha dejado abiertas. Así pues, la Alquimia es un intento de compensar el conflicto de opuestos que ha generado la corriente superficial del cristianismo, entre el Bien y el Mal, Dios y el Diablo. El leitmotiv de la Alquimia, desde sus orígenes, que se remontan al siglo III de nuestra era, ha sido expresado en el denominado Axioma de María Prophetissa: “El Uno se convierte en Dos; el Dos, en Tres, y del Tercero sale el Uno como Cuarto”. Ya se ha aludido previamente a la relación existente entre los números impares y lo Masculino, así como los pares representan al principio Femenino. Sin embargo, como hace notar Jung, pese a la interpolación de números pares e impares, en el axioma de María hay una indistinción entre el Tres y el Cuatro. Según Jung, esto significa que hay una suerte de fluctuación entre lo espiritual (Tres) y lo físico (cuatro).

No debiera pues causar asombro que sea este axioma la clave que recorre todo el pensamiento alquimista y que se le atribuya, precisamente, a una mujer: a María. Nos enteramos después que dicha María Profetissa, también llamada la Judía, “hermana de Moisés, o la Copta, y no parece improbable que se relacione con la María de la tradición gnóstica [1] ”.Esta formulación, que nos muestra cómo se intercalan los elementos masculinos y femeninos, siendo lo femenino simbolizado en la Alquimia como el dragón o serpiente mercurial, la cual se engendra y destruye al mismo tiempo, representada como prima materia alquimista, se la pone en boca de María. Y, no sólo eso, sino que, además, es ella misma asociada con María Magdalena, tal como aparece en los Textos Gnósticos de Nag Hammadi y también con Isis, la divinidad representada como pareja del dios egipcio Osiris. De ahí el comentario que hace Jung relacionando a ambas Marías, la alquímica y la gnóstica.

Estos últimos apuntes se hacen indispensables para acometer lo que a continuación se diga. En efecto, el principio Femenino ha sido relegado a las catacumbas de lo inconsciente con el surgimiento y extensión del cristianismo. El patriarcado ha ido extendiéndose a lo largo de los siglos dando preeminencia al principio solar masculino. De hecho, la trinidad cristiana, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es, ante todo, masculina y no ha sido hasta 1950 que se ha proclamado solemnemente la Asunción de María, glorificándola en cuerpo y alma en el cielo.

No deja uno de contemplar y de observar anonadado la pretendida creencia general en la absoluta liberación de prejuicios, especialmente en temas religiosos. Pero, pese a esa persistente creencia, la actitud, los ideales, hasta en sus más mínimos pormenores, así como las ideas y las reflexiones, el modo de vivir, la moral y hasta el lenguaje están condicionados por factores arquetípicos, enraizados en la historia del espíritu humano. De ello la consciencia no tiene la menor sospecha, en parte por una falta de autocrítica y, en parte también por un modelo de educación poco adecuado a las demandas de nuestro tiempo. Quizás sea ese prejuicio que entiende al ser humano como una Tabula Rasa, que viene al mundo vacío de contenido y que sobre él se puede escribir casi cualquier cosa, atribuyendo a la educación prácticamente todos los males del individuo, la rémora más importante a la hora de comprender la complejidad de la psique humana. Hasta tal punto la consciencia no sospecha de la existencia de los arquetipos que los últimos descubrimientos acerca de los orígenes del cristianismo han hecho tambalear las consciencias de un gran número de personas que habían asumido, como verdad incuestionable, el dogma cristiano. Por lo tanto, no será de extrañar que sean muchos aún los individuos que rechacen los resultados de las investigaciones más vanguardistas acerca de María Magdalena, según las cuales ésta no era la “pecadora” que los evangelios canónicos nos hacían creer sino, antes bien, la pareja del Jesús histórico, la Novia de Cristo. Y no sólo eso sino que, además, fue ella quien transformó a Jesús en “el Ungido”, es decir, en Cristo. Tampoco sería de extrañar que ella hubiera continuado la tradición, mucho más antigua, de la Prostitución Sagrada, siendo, por ende, una Hieródula que practicara sexo sagrado con Jesús. Por muy heréticos que parezcan estos resultados, están en consonancia con los productos de lo inconsciente de múltiples personas. Y se asemejan, tal vez demasiado, a la “corriente subterránea” que ha sido repudiada por el cristianismo ortodoxo. Valgan estas consideraciones para poner de manifiesto los condicionamientos, histórico-culturales, que influyen en las percepciones, estilos de vida, actitudes, pensamientos y en la moral de todo ser humano. Cosa que no es exclusiva de nuestro tiempo, pues el alma funciona como siempre ha funcionado.

Son los arquetipos los verdaderos arquitectos de lo que luego se manifiesta en el ámbito de la consciencia. Como tales, éstos sólo son aprehensibles a través de símbolos, de imágenes simbólicas. Son ellos los condicionantes del quehacer humano. Y así el evangelio de Felipe nos dice:

“La verdad no vino al mundo desnuda, sino que vino en símbolos e imágenes; (el mundo), de otra forma, no podría recibirla. Hay un renacimiento y una imagen del renacimiento. Es en verdad necesario renacer mediante la imagen”.

Para adecuarlo a la perspectiva de la psicología analítica, podríamos sustituir la palabra un poco más antigua y quizás más vaga de “mundo” por “consciencia” y expresaría la misma idea anterior. No sólo es que la imagen precede al acto de la manifestación, sino que, además, no es posible renacimiento alguno si no se trabaja en la toma de consciencia del símbolo o imagen emanado/a de lo inconsciente.  El trabajo que supone la diferenciación de la imagen arquetipal resulta ímprobo, tanto más cuanto que todo arquetipo puede ser diferenciado ad infinitum. Pero de lo que aquí tratamos es de la necesidad del desarrollo interior de la imagen, en virtud de la vivencia y de la experiencia resultante, y su manifestación concreta  dependerá de las aptitudes individuales.

La labor de traer al ámbito de la consciencia los contenidos de lo inconsciente fue el trabajo al que encomendaban su vida los alquimistas. Y los procesos que les conducían a la pretendida y ansiada piedra filosofal, es decir, el oro non vulgi eran los mismos que acontecen en la psicología analítica moderna, si bien los primeros proyectaban sus contenidos  al ámbito de la materia, mientras que a los segundos le son accesibles a través de los productos de lo inconsciente que emergen en las sesiones de terapia.

Si la Alquimia ha sido perseguida y atacada por la corriente ortodoxa del cristianismo, no podía ser de otro modo que la Astrología, su hermana mayor, no resultara anatematizada también. Y es que en la Astrología, al igual que en la Alquimia, encontramos un rico acerbo de símbolos, de manera que para el psicólogo analítico este es un campo colmado de formaciones arquetípicas que le proporcionan una valiosa ayuda en virtud de paralelos, de esclarecedoras comparaciones y amplificaciones de contenidos provenientes de lo inconsciente colectivo. Con ellos se le permite iluminar a la consciencia, gravemente turbada cuando se producen emergencias de contenidos que amenazan su estabilidad. Pues es fundamental que se le proporcionen a la consciencia, frente a la cual se presentan imágenes de la fantasía de lo más extrañas y amenazadoras, un contexto  que facilite su comprensión y, eventual y ulteriormente, su asimilación. Lo que se consigue, y la experiencia así lo confirma, de un modo exitoso a través de la comparación de materiales mitológicos (simbólicos), cual es el caso de aquellos que proporcionan la Alquimia y la Astrología, de las que nos ocuparemos en este trabajo con preeminencia.

De acuerdo con lo dicho hasta ahora, se desprende que el individuo sólo lo es hasta cierto punto, pues en los niveles más profundos de su psique, precisamente en lo inconsciente colectivo, está impregnado, condicionado e influido por los determinantes que se hallan constelados en la época y/o momento en el que vive. De ese modo, ningún español, como tampoco su hermano europeo, podrá sustraerse a la influencia de los arquetipos que se hallan inmersos y activos en su psique.

Hoy parece que los valores que un día florecieron con la era cristiana están siendo arrasados hasta en sus más mínimas manifestaciones. Algunos, muchos, opinan que el cristianismo es una reliquia del pasado y que, con los avances científicos modernos, hace ya tiempo que está superado. Aducen, no sin cierta razón, que en nombre del cristianismo se han cometido verdaderas atrocidades. Por si esto fuera poco, como ya mencionamos en líneas precedentes, los nuevos descubrimientos de textos gnósticos antiguos, han dado pie a investigaciones minuciosas acerca de los orígenes del cristianismo. Asimismo, del estudio comparado de los textos que conforman el llamado Nuevo Testamento se ha colegido que aquellos no son sino un compendio seleccionado, de otros muchos existentes en aquella época y tan válidos como esos para ser incluidos en el Nuevo Testamento, tras la celebración del concilio de Nicea en el año 325 de la era cristiana.

Los resultados de los estudios referentes a los orígenes del cristianismo parecen cuestionar concepciones que se han tenido como verdades incuestionables para la inmensa mayoría de los cristianos. De esta suerte, ideas como que Jesús fue célibe o que fue superior en espiritualidad a Juan el Bautista parece que no son sino aparentes falacias. De igual modo, algunos detalles de su vida  parecen estar en tela de juicio, no adecuándose a los contenidos del Nuevo Testamento, tales como la fecha de su nacimiento, sus orígenes humildes, la procedencia de sus conocimientos religiosos o su pertenencia a la religión judía. Todos estos resultados no deben hacernos culpar exclusivamente a los representantes de la Iglesia ortodoxa por toda esta aparente mentira y no debemos pensar que los Padres de la Iglesia han sido los responsables, por una suerte de manipulación y tergiversación de la verdad, del estado actual de incomprensión, rechazo y animosidad con respecto a asuntos de índole religiosa. Eso equivaldría a proyectar la responsabilidad que le es propia al estado psíquico del español y, por ende, del europeo moderno en la figura del “Otro”. Y ese otro sería la institución eclesiástica y sus representantes. Desde luego que la emergencia del indómito salvajismo de los últimos años reside precisamente en ese estado del alma del europeo. De nada sirven propagandas a favor de una mayor integración entre los países que componen la actual Unión Europea, pues son los cimientos anímicos los que han de servir de basamento a toda estructura que se pretenda edificar con una cierta garantía de éxito.

Pero echemos un vistazo al simbolismo astrológico para ver lo que éste nos puede decir acerca de lo que tiene lugar en la psique objetiva o inconsciente colectivo. El Eón de los peces (Piscis) ha permanecido en el pináculo durante los siglos de hegemonía del cristianismo. Los valores asociados al signo de la Virgen o Doncella (Virgo) han sido relegados a lo inconsciente, es decir, mantenidos en la oscuridad, bajo el yugo de la represión, del rechazo y de la condena. Fue así como los valores que le son propios al Eón de Piscis, como son la compasión, el amor por el prójimo, el sacrificio, la bondad y, en el cúlmen pisciano, la unión del alma con Dios, conditio sine qua non para una verdadera empatía y servicio a los demás, es decir, al prójimo (“ama al prójimo como a ti mismo”) fueron exaltados en detrimento de las cualidades terrenales y realistas de su opuesto, Virgo. Esa brecha abierta entre la aspiración espiritual del ser humano hacia los niveles más altos de la evolución humana y la vida terrenal, del aquí y ahora, dentro de las limitaciones impuestas por las circunstancias, la sociedad, la época y la propia personalidad siguen siendo hoy igual de evidente que antaño. Si los valores que vienen representados por el símbolo de los peces son el amor y la compasión, la aspiración espiritual suprema, la apología de la fantasía y el mundo o “Reino de los Cielos”, los valores asociados al símbolo de Virgo, la Virgen o Doncella, son precisamente los opuestos: la materia, la visión pragmática de la vida, la sexualidad, los ciclos vitales (del cuerpo y de Gea), el cuerpo físico y su salud, el bienestar material y, por supuesto, lo Femenino y, por ende, el ámbito de la mujer joven.

De este modo, si observamos el símbolo de Piscis veremos que representa dos peces que nadan en direcciones opuestas y que se hallan unidos por la cola. Una de ellas simboliza la espiritualidad, la introversión en las profundas aguas del Espíritu Universal, en detrimento o a expensas del ámbito de la materia o del mundo así llamado “real”. Podríamos decir también que ese símbolo representa una oposición entre lo Esotérico y lo Exotérico, entre lo Inmanifestado y lo Manifestado. Y, sin embargo, en el mismo símbolo se muestra la imposibilidad de separar ambas facetas de la vida.

Una de las manifestaciones más sublimes de la tendencia hacia la verticalidad tal vez la constituya la propia época en la que floreció el Gótico, siendo su arte la máxima expresión del Espíritu. El deseo de llegar a tocar las más altas esferas de la espiritualidad es evocado al escuchar las cantatas de  J. S. Bach,  y se puede experimentar la divinidad al ingresar en los dominios de las grandes catedrales góticas. A partir de esos momentos, comienza a producirse un movimiento pendular, lento pero continuado y eficaz, hacia el extremo opuesto. Esta nueva orientación hacia la horizontalidad puede ser bien entendida a través del símbolo de la Virgo. Pues éste alberga todos los valores que habían quedado ocultos durante la primera etapa del cristianismo, del Eón de los peces. Manifestaciones iniciales de esta enantiodromía las podemos escrutar en la época de las cruzadas, como sucedió con los albigenses o cátaros, que duró cerca de cuarenta años y a los que se consideraba herejes, pues suponían una amenaza grave al poder de la Iglesia de Roma. Continuó en la época en la que surgieron los trovadores, quienes exaltaban el amor cortés, así como en las leyendas del Grial. Pero el estallido mayor tuvo lugar en la época del Iluminismo. La aparición de la sombra de Virgo irrumpió en una ferviente carrera hacia un materialismo cada vez más consumado, culminando en nuestra época en una adoración al dios de la Materia, igual de compulsiva que una vez fuera la adoración del Espíritu.  El Nous parece haberse introducido en el interior de Physis.

En nombre de Dios la Iglesia romana engendró su vástago más endiablado, demoníaco y maltrecho de cuantos la humanidad ha podido conocer: La Santa Inquisición. Y, ahora, adoramos a un Dios que se ha investido con los ropajes de la época: el Materialismo. Los contenidos ocultos en la sombra han emergido con el aspecto grotesco y bárbaro que caracteriza a todo cuanto es reprimido o sojuzgado. Los valores de Virgo, contaminados por la oscuridad en la que se han mantenido, han movido el fiel de la balanza al extremo opuesto.

Otro símbolo del eón cristiano por excelencia ha sido la cruz en la que fue muerto y resucitado Cristo. El travesaño vertical representa el movimiento de la libido hacia dentro, la adoración al ámbito del Espíritu o, en términos modernos, el arquetipo del anciano; y, el travesaño horizontal simboliza el ámbito de la Materia o el arquetipo de la Virgo o Doncella. Se decía que los caballeros templarios adoraban a una cabeza barbuda de varón. Con independencia de que esta cabeza pueda ser la de Juan el Bautista, lo que parece simbolizar también es la decapitación del arquetipo del Espíritu. Teniendo en cuenta los acontecimientos que se siguieron después ese podría ser el primer vestigio simbólico de lo que se manifestaría en el transcurso de los siglos venideros: el movimiento pendular hacia el principio opuesto. Por lo tanto,  esa cabeza barbuda podría ser la representación de una nigredo que estaba gestándose en aquella época. Y esta cabeza representaría la muerte y la descomposición (putrefacción) de los valores precedentes. Y los valores emergentes vendrían simbolizados por la efigie dorada a la que adoraban los templarios, símbolo de Virgo y, también, por su adoración a Baphomet que, según estudios recientes, era un anagrama de Sophia. Siendo ésta la fuente de la Sabiduría. Sin embargo, éste problema aún no ha sido resuelto. Pues Sofía es la fuente de sabiduría que brotará, Dios Mediante, del Aguador y no será alcanzada si no se consigue extraer de la massa confusa en la que ha caído.

La compulsiva carrera hacia un materialismo atroz, que carcome las entrañas del ser humano moderno, ha relegado un aspecto fundamental de lo Femenino a la más completa de las oscuridades: Sophia. Del ánfora femenina del aguador brota el aqua sapientiae. De esta agua abrevará quien se atreva a encaminarse por los tortuosos y peligrosos caminos que conducen al Santo Grial. Pues el ánfora femenina, como el frasco de alabastro de María Magdalena, es la fuente de la Sabiduría Eterna, sita en lo interior del ser humano.

Precisamente esto último es lo que han expresado los alquimistas, los astrólogos, los gnósticos y los hermetistas en sus trabajos y escritos, y es lo que la psicología analítica ha redescubierto en el proceso analítico. Si la corriente esotérica que ha circulado bajo el saber oculto de esas herejías (y la palabra herejía significa “elección”) ha sido perseguida, se debe al hecho de que los alquimistas y los gnósticos proclamaban la naturaleza divina del hombre y, por tanto, la posibilidad de comulgar con Dios. El Opus llevaba implícita esta comunión con el ambivalente Mercurio y, por lo tanto, se hacía superflua la intervención del sacerdote y de la propia Iglesia. Esa relación directa e individual del alquimista y Mercurio hacía peligrar la hegemonía de las representantes cristianos y, por lo tanto, el poder de la Iglesia. Desde luego que las etapas alquimistas tienen su correlato en la religión cristiana, pues se trata de fases arquetípicas de la evolución psicológica o proceso de individuación. Es su procedencia psíquica lo que hace que una religión sea algo vivo e involucre a tantas personas. Por ese motivo, las fases alquímicas también se presentan en el mito cristiano, así como en todas las mitologías de las diversas culturas. Pero lo que se consideró como el centro de la herejía alquímica fue que el alquimista proclamaba la posibilidad de establecer una relación íntima con la deidad y la deidad con la que se comunicaba de ese modo era bien distinta a la presentada por la corriente cristiana ortodoxa. Para la Iglesia de Roma Dios es el Summum Bonum, el Bien Supremo y la perfección. Todo Bondad y cuya creación, por lo tanto, debía ser buena y perfecta también. Si el hombre no lo es sólo es debido a su propia culpa, debiendo sufrir por sus pecados. Sin embargo, el dios alquimista, Mercurio, no es en modo alguno la imagen de la Bondad  sino, antes bien, una abigarrada mezcolanza de luz y oscuridad, de hombre y mujer. Es un ser andrógino, una serpiente mercurial que muere y renace y cuyo símbolo más elocuente es el Ouroboros, la serpiente que se muerde la cola. Cuando el alquimista había tenido una experiencia de comunión con esa deidad, ya no podía aceptar la imagen colectiva de Dios, así como tampoco los caminos institucionalizados de salvación del alma. Los alquimistas enfrentaron sus propias vivencias individuales, proyectándolas al ámbito de la materia, en lugar de aceptar una imagen colectiva que, en aquella época, le era impuesta desde el exterior. De la esencia de Dios nada puede decir la psicología, pues se escapa a las mayores tentativas de aprehensión. Pero de la experiencia de Dios como vivencia individual, humana, de eso la psicología sí está en condiciones de expresar sus resultados. Lo que los textos alquimistas y gnósticos nos dicen es que el hombre no es un miserable pecador que haya de buscar su redención por mediación de la Iglesia. Antes bien, lo que de ellos se desprende es que la maldad, la imperfección, le es consustancial a Dios. Y que el hombre es un noble colaborador de Dios en la creación, siendo él parte de la creación. De hecho, el hombre, en virtud de su ser divino, es igual a Dios y éste necesita de él en el arte de la creación, de la manifestación de lo inmanifestado. Por ese motivo, el ser humano puede dirimir posiciones con el Padre. Pero para llegar a adquirir tamaña consciencia la Alquimia exigía una enorme integridad moral.

El psicólogo analítico, como toda persona que se atreva a encaminarse por los escabrosos derroteros del alquimista, se embarca en una empresa que lo va a conducir al conocimiento de sí mismo. Va a averiguar quién es él, alejándose de los valores colectivos, para después decidir qué es lo que hará con su vida. Su voluntad consciente se alinea con una entidad mayor que la engloba y sostiene: el Sí Mismo, homólogo del Mercurio alquimista. En el evangelio de Tomás se expresa esta misma idea del siguiente modo:

“…el Reino está dentro de vosotros y está fuera de vosotros. Cuando os lleguéis a conocer, entonces seréis conocidos y sabréis que vosotros sois los hijos del Padre Viviente.”

No obstante es importante advertir el peligro de adentrarse en estos oscuros y terribles senderos sin la debida preparación y sin que sea fruto del destino (vocación) individual. Los padres de la Iglesia en sus comienzos, allá por el siglo III, condenaron los movimientos alquimistas y gnósticos y tenían sus razones. Con independencia de la razón ya formulada, según la cual se veía amenazada la integridad de la institución eclesiástica y su jerarquía sacerdotal, lo cierto es que los mismos alquimistas señalaban que su arte era sólo para los menos y, de hecho, su lenguaje era y es oscuro. Pero lo es, no sólo por la temática sino porque así lo querían ellos. Debía ser peligroso, en aquella época, dar a conocer sus ideas públicamente, al tiempo que no debían caer en manos de los no iniciados. Por ello, guardaban celosamente “encriptado” todo su saber siendo sólo accesible a los individuos que hubieran tenido la experiencia directa del Opus. El mismo Agrippa afirma en su “primer septenario de aforismos” lo siguiente:

“Que quien quiera conocer los secretos sepa primero guardar secretamente (celosamente)  los secretos; que selle lo que debe ser sellado, que no dé a los perros lo que es sagrado y que no arroje perlas a los puercos. Observa estas leyes y los ojos de tu alma se abrirán a la comprensión de los secretos, escucharás una voz divina que te revelará todo lo que tu alma haya deseado.”

Lo inconsciente es por naturaleza gnóstico. Y nunca se previene lo suficiente del peligro de la hybris, es decir, de la inflación. Pues todo contacto de la consciencia con los arquetipos provoca una suerte de hinchazón que, en mentalidades estrechas y de moral débil acaban por representar el papel del poseído, con el endiosamiento correspondiente. Un claro ejemplo de posesión por lo inconsciente lo encontramos en la figura de Osama Ben Laden. En sus intervenciones se detecta ese estado de inflación que lo hace creerse el mensajero de Alá. La película Juana de Arco nos muestra a una joven que vive continuamente en un estado de hinchazón, al estar en contacto permanente con contenidos provenientes de lo inconsciente colectivo, que a la protagonista se le presentan como visiones y ensoñaciones.

Por consiguiente, las experiencias de las que trataremos a continuación habrán de ser, necesariamente, de difícil acceso. Y no se comprenderán con facilidad sino por aquellos individuos que las hayan experimentado. La lectura de este trabajo le habrá de suponer al lector que no pertenezca al ramo no pocas dificultades de comprensión. Todo escritor desea que lo que expresa en sus escritos sea comprendido por el mayor número de personas, de modo que sea accesible a cualquiera que esté interesado en su lectura. Pero por desgracia, este no puede ser el caso. Y justamente por el motivo aducido: el difícil acceso a las experiencias de las que aquí tratamos. Una consideración más se hace necesaria. Dichas experiencias no pueden ser abordadas desde la teoría del conocimiento. No se trata, para la psicología analítica, que un contenido de lo inconsciente se adecue o no a una realidad objetiva. Sólo le interesa su existencia y, como tal, es un hecho psicológico, de una efectividad fuera de toda duda. La realidad de la psique y sus productos es un hecho, no un juicio.

La situación en la que se encuentra el alma del español, al igual que su hermano europeo, es tan miserable y enjuta que le impide comprender la importancia de las enseñanzas religiosas y contra qué luchaba el primitivo cristiano. Cuando el cristianismo se ve amenazado por la relegación y la desidia, por no mencionar el rechazo y la repulsa, entonces se corre el peligro de que emerjan de lo inconsciente los contenidos contra los que luchaban los cristianos primitivos. Pues los atentados terroristas, el fanatismo, la violencia social, las actitudes antisociales y vandálicas de los jóvenes, las guerras y las posiciones xenófobas y racistas son algunas manifestaciones del estrato arcaico y bestial sobre el que se edificó la religión cristiana. Por tal motivo, se hace indispensable la reeducación del europeo moderno. Y es que la imitación de Cristo que se realiza de un modo superficial, así como las procesiones de Semana Santa y otros actos rituales, no mueven un ápice el pagano estado de miles de españoles cristianos. Los mensajes de la religión cristiana ya nada le dicen al hombre moderno. Y, mientras la función religiosa no se convierta en experiencia personal el estado anímico permanecerá intacto. El Gran Misterio cristiano no es sólo un ministerio exterior al  hombre, sino que acontece, ante todo, en el interior del ser humano. Si no se ha tenido esta experiencia se podrá ser un docto en teología, pero no se tendrá ni idea de lo que se está hablando.

En ese sentido, entiendo que el interés que suscitan los orígenes del cristianismo, así como la ingente proliferación de estudios acerca del gnosticismo, la Alquimia, la Astrología y otras “ciencias esotéricas”, parecen indicar la necesidad del alma del contemporáneo de retrotraerse a sus orígenes, de modo que pueda edificar un férreo edificio sobre los sólidos cimientos anímicos. Esas corrientes, repitámoslo, han permanecido, recorriendo los pasadizos de lo inconsciente colectivo, reprimidas en gran medida por el cristianismo ortodoxo. De modo que la emergencia actual de ese interés por lo esotérico viene a significar una necesidad de profundización y de introversión, de manera que aquello que durante siglos permaneció en la oscuridad, pueda finalmente ocupar el puesto que le corresponde. Sin embargo, como también sucede a un nivel individual, se corre el riesgo de que los contenidos de lo inconsciente aneguen el ámbito de la consciencia y suplanten la hegemonía del yo. Es en este sentido que podemos entender las críticas y ataques directos contra el cristianismo y sus representantes, por parte de algunos sectores, así como el rechazo y el repudio que han generado en determinados grupos el haber conocido las manipulaciones y las artimañas ejercidas por los representantes de la Iglesia de Roma para ostentar el poder frente a lo que se consideraban herejías.

Realizadas estas consideraciones preliminares nos centraremos ahora en lo que la Alquimia y la Astrología nos pueden enseñar acerca de los procesos que acontecen en la psique. Para comprender ese paralelo, entre psicología analítica y Alquimia o Astrología, debemos recordar que los alquimistas proyectaban en el ámbito de la materia sus procesos inconscientes. Así, cuando un alquimista quería transformar el plomo en oro, lo que realizaba era un trabajo consigo mismo. El plomo simbolizaba, es decir, se refería tanto al metal con el que trabajaba, cuanto a su estado natural e instintivo, es decir, ese estado de ignorancia, inconsciencia e irreflexión desde el cual partía la denominada materia prima. Lo que la materia prima era concretamente no se puede saber con certeza. Podía ser el plomo, la sal, el oro, el vinagre, el azufre, etc. Y esto no nos debe extrañar pues de lo que se trata es justo de la materia desconocida sobre la que se proyectaban los contenidos de lo inconsciente. Siendo esta la base de la obra alquimista, y teniendo en cuenta que se trata de las partes de la personalidad más conflictivas con las que había de trabajar para llegar a armonizarlas, para cada alquimista, como para cada analizando, esta materia es diferente.

Así, la obra alquímica de la transformación de la piedra filosofal en el oro non vulgi se refiere, en el ámbito psíquico, al trabajo de toma de consciencia de los contenidos más conflictivos, oscuros y execrables de la naturaleza del alquimista que, mediante las operaciones pertinentes, le conducirían a convertirlos en cualidades que lo llevarían al despliegue de sí mismo. Ese trabajo, como lo expresan los alquimistas, es muy laborioso, difícil y peligroso pues en ello les va en juego su vida. Para efectuar ese trabajo el alambique o matriz en la que tenían lugar las operaciones debía ser fuerte y muy resistente, a fin de que no se rompiera. Además, debía permanecer sellado para impedir que los gases, así como la temperatura, no se escaparan al exterior. En un sentido psicológico, esto quiere significar que la consciencia debe estar férreamente posicionada, así como continuar las operaciones con devoción, pese a lo difíciles y penosas que pudieran éstas resultar. Por dicho motivo, se comprenderá la importancia y necesidad de un compromiso moral para con uno mismo que entraña semejante obra.

Al igual que sucedió con la Alquimia, que inicialmente fusionaba los procesos que tenían lugar en el terreno de la materia y los que acontecían en el interior del individuo, la Astrología fue desligándose cada vez más del ámbito material, hasta escindirse en dos disciplinas diferentes: Astrología y Astronomía (Psíquica la una y Física la otra). Esta escisión ha alcanzado tal dimensión que incluso astrónomos profesionales y competentes rechazan a la Astrología considerándola una pseudo-ciencia [2] . Se esfuerzan por separar nítidamente una disciplina de la otra. Sin embargo, si se dejase de considerarla como una especulación acerca del movimiento de los cuerpos celestes, y se la entendiera como un campo colmado de conocimiento psíquico proyectado, entonces se verificaría la tremenda ayuda que le supone al psicólogo para elucidar los contenidos de lo inconsciente colectivo y los procesos que allí tienen lugar. Ambas disciplinas, la Alquimia y la Astrología, nos presentan unos magníficos mapas del desarrollo individual del ser humano, es decir, del proceso de individuación. Los mandalas o dibujos simbólicos circulares representan al arquetipo del Sí Mismo o personalidad total.

Este es el enfoque que debemos adoptar si queremos comprender el extraño lenguaje de los alquimistas y de los astrólogos. En el capítulo El hombre como microcosmos Ángel Almazán presenta un texto extraído del Zohar en el que se expresa esta misma idea:

“Exactamente lo mismo que el hombre terrestre así es, por dentro, el hombre celestial. Pues todo lo que tiene lugar acá abajo es tan sólo la imagen de todo lo que tiene lugar arriba. Es en este sentido que nosotros comprendemos que Dios creó al hombre a su propia imagen. Pero así como en el firmamento nosotros vemos diferentes figuras formadas por las estrellas y los planetas, contándonos de cosas ocultas y de profundos misterios, así también sobre la piel que envuelve nuestros cuerpos hay líneas y formas que pueden mirarse como las estrellas y planetas del cuerpo. Y todas ellas tienen un significado oculto”.

  1. El Ascendente astrológico como símbolo de la Persona

No podríamos haber elegido mejor texto para finalizar el apartado anterior que el del Zohar, pues además nos introduce de lleno en lo que en este capítulo desarrollaremos. En efecto, el tema que trataremos tiene que ver con “la piel que envuelve nuestros cuerpos” aunque, más bien, aquí nos limitamos a nuestro rostro. Entendida como un “recorte de la psique colectiva” la persona es, en verdad, un término muy adecuado para designar aquella parte del alma en su conjunto con la que, en la mayor parte de las ocasiones, el individuo se identifica. Y es que persona significa originalmente “mascara”, la que llevaban los actores en el teatro griego cuando desempeñaban un determinado papel. Así es, uno tiene un nombre, ha obtenido un título académico o es miembro importante de un colectivo, habiendo adquirido un estatus social que lo hace representar un rol determinado, así como en su trabajo desempeña ciertas funciones que revierten en beneficio de la colectividad. Y todo esto es importante y muy real.

Sin embargo, como su propio nombre indica, la máscara es, en principio, sólo un recorte de la psique colectiva y, por lo tanto, la persona es una máscara que actúa como si fuera una individualidad (o una totalidad integrada), haciendo creer a los demás y a uno mismo que se es individual, cuando en realidad no se es más que un mero papel representado, una función, donde lo colectivo tiene la palabra.

No obstante, describir  la persona de esta manera sería incompleto e inexacto. Pues pese a la exclusiva identificación del yo consciente con la persona, la totalidad inconsciente, la auténtica individualidad se hace indirectamente perceptible. Aún considerando la identidad de la consciencia del yo con la persona, esa figura de compromiso con la que  uno desempeña un papel social, el resto de la personalidad, inconsciente, no puede ser reprimida hasta tal extremo que se la haga desaparecer. Se hará perceptible en todo tipo de manifestaciones compensatorias de lo inconsciente. En fantasías y sueños aparece un alter ego que también uno es.

Ahora bien, con esta exposición de lo que la persona en cuanto máscara es se deja mucho material empírico fuera del entorno que conforma la idea de persona. Tal vez el concepto al que los astrólogos se refieren como el Ascendente contenga todo un conjunto de ideas que nos permitan dilucidar y ampliar lo que hemos descrito al hablar de persona.

El Ascendente es un punto en el horóscopo o carta natal. Muestra el inicio de las Casas astrológicas, siendo la cúspide de la Casa Uno. Se trata del grado exacto del signo zodiacal que se eleva por encima del horizonte oriental en el momento del nacimiento. Dado que coincide con nuestra salida en escena, en la que se realiza la primera respiración independiente, fuera ya del útero materno, representa el comienzo de un ciclo, el paso o etapa inicial en el proceso del llegar a Ser un individuo autónomo e independiente de la madre.

De acuerdo con la sabiduría astrológica todo aquello que nace en un momento dado refleja las cualidades de ese momento. Así pues, el Ascendente representa el modo en que hemos sido dados a luz, así como la manera en que vivenciamos ese parto. En otras palabras, el Ascendente simboliza la imago del nacimiento, el arquetipo de la Iniciación.

Atribuimos a la vida las cualidades del signo que se encuentra en el Ascendente, lo que es tanto como decir que, pese a que el arquetipo del doble nacimiento o de la iniciación sea universal, cada individuo lo vivencia de modo diferente. La lente a través de la cual el individuo filtra la experiencia es distinta. Por tal motivo, cada uno se conduce, actúa y responde a la vida y al mundo de acuerdo con su lente particular. Y, debido al hecho de que se actúa de conformidad al modo en que se concibe o interpreta la experiencia, la vida responde a nuestras expectativas, como si de una imagen especular se tratara.


Dado que el Ascendente representa el modo en que percibimos el mundo y, recíprocamente, lo que el mundo nos parece mostrar como reflejo de ello, se colige que, del total de las diferentes interpretaciones posibles de las situaciones, experiencias, comportamientos y actitudes, sólo elegimos aquellas que se adecuan a nuestra perspectiva, al cristal de nuestra lente o foco de consciencia. Y de acuerdo con lo filtrado, con lo que se ha seleccionado del total, se organiza la experiencia vital. Ángel Almazán lo expresa del siguiente modo en su prólogo al libro Esoterismo Templario:

“Hay muchas formas de ver las cosas. Cada uno, en función de sus conocimientos, meditaciones, lecturas, conversaciones con los demás y consigo mismo, se decanta por una manera determinada de entender la vida o encontrarle un sentido a su existencia. Y en función de tales parámetros, de todo lo que le llega sensorial y mentalmente, realiza una criba y selecciona aquellas informaciones que más de acuerdo están con su cosmovisión y pensamiento interno, rechazando las demás.”

Evidentemente, esto es así. Sin embargo, al comentario de Almazán habría que añadir, para que fuese completo, que dicha forma de ver las cosas tiene un patrón arquetípico que lo sustenta y conforma. Y dicho arquetipo es simbolizado en Astrología por el Ascendente. Por ejemplo, si observamos a dos individuos frente a una situación nueva, cual es una entrevista de trabajo, dicha situación generará respuestas diferentes en individuos con un Ascendente distinto. Así, unos puede que duden y vacilen ante la situación, que les suden las manos o que tiemblen  por obra del temor a enfrentarse a la misma. Otros, en cambio, una vez superados los nervios iniciales, puede que estén deseosos de que dé comienzo la entrevista. Los unos la tomarán como un mal trago, mientras que a los otros les entusiasma la misma idea de entrevistarse, por la oportunidad de obtener un puesto de trabajo, o simplemente por ser un reto en el que puedan desplegar su potencial cautivador. En los primeros únicamente se actualiza la visión negativa de la entrevista, quedando fuera del foco de consciencia todo lo demás, mientras que en los segundos son las posibilidades de adquirir una experiencia lo que se constela, mientras que el miedo es prácticamente imperceptible. 

Como representante del arquetipo de Iniciación, el Ascendente simboliza el modo en que experimentamos todo nuevo comienzo. Así, representa la actitud que adoptamos cuando nos enfrentamos a las diferentes etapas o fases de la vida. Especialmente importante es su relación con el arquetipo del segundo nacimiento. Pues, al igual que sucede con el nacimiento biológico, tal y como se desprende de los trabajos del psiquiatra Stanislav Grof, el renacimiento es vivenciado de modos diferentes y el signo y los planetas que se encuentran en el Ascendente nos dan información de la cualidad de la experiencia.

De igual modo, la forma en que encaramos la vida, la máscara que adoptamos para adaptarnos al entorno social viene simbolizado por el Ascendente. Desde luego las funciones que debemos desempeñar para adaptarnos al ambiente externo son muy importantes, en la medida en que también nos sirven para desarrollar nuestra propia y peculiar identidad. Sin embargo, la identificación que el ego consciente hace con las cualidades del Ascendente o persona, provoca que la parte suplante al todo con las dramáticas consecuencias de semejante acto.

Debemos resaltar dos aspectos muy importantes cuando nos referimos a la persona. Esta no sólo es la forma en que nos ven los demás y nosotros mismos; es, también, el modo en que percibimos la experiencia. Y, ambos aspectos son fundamentales si queremos llegar a comprender la importancia de esta parte del Sí Mismo.

Jung advirtió que constituía una experiencia fundamental lo que él denominó la disolución de la persona, si se pretendía llegar a ser uno mismo. El proceso de individuación, de hecho, daba comienzo con la disolución de la máscara y el enfrentamiento con la sombra, es decir, con todos aquellos contenidos que habían sido rechazados por el yo consciente por no adecuarse a la imagen que se tiene de sí mismo, es decir, precisamente la persona o máscara. Asimismo, observó que tras la maraña de contenidos de carácter personal o biográfico, en el proceso analítico, así como en la individuación, parecían emerger ciertos elementos, en sueños y fantasías, provenientes de lo que él denominó inconsciente colectivo.

Pues bien, una vez ingresado o iniciado el individuo ha de diferenciar sus componentes colectivos, que de ese modo lo convertirán en un individuo único. Uno de esos componentes a diferenciar es, justamente, el arquetipo del Ascendente o persona. Sin embargo, en lugar de que este se convierta en idéntico a la consciencia del ego, ahora se entiende como un elemento más de la personalidad total. Una parte muy importante, pues representa nada menos que la lente a través de la cual el individuo experimenta las experiencias vitales. Esta nueva comprensión de la persona conduce a la toma de consciencia del modo en que el individuo organiza la experiencia, de la existencia de múltiples formas distintas de encarar la vida,  así como de la manera en que los otros perciben esas múltiples formas.  En otras palabras, que la perspectiva individual no sólo puede ser distinta, sino incluso opuesta a la de los demás. De ese modo, entra en juego la tolerancia frente a puntos de vista diferentes y se es consciente de que el punto de vista y, por tanto, la perspectiva de uno mismo puede diferir con respecto a la de los demás, pues uno mismo es diferente. La identificación con la persona como máscara o pose colectiva, conduce justo a lo opuesto. A la imposición del punto de vista propio y a la indignación cuando se es consciente de que el otro es precisamente otro. Esa identidad inconsciente según la cual el punto de vista de uno ha de ser compartido por los demás y, por consiguiente,  lo que uno “vea, opine, crea o entienda” necesariamente ha de ser visto, opinado, creído o entendido por todos se disuelve también al tomar consciencia plena del significado profundo del Ascendente. Lo que pensamos nos resulta muy claro a nosotros mismos y creemos que es lo único real y válido y lo que los demás deben pensar también. Sin embargo, cuando alguien no opina como nosotros nos impacientamos y hasta nos violentamos pues ¡Cómo es posible que lo que nosotros opinamos, pensamos o vemos no sea compartido por el otro!

Y lo que los otros ven, piensan u opinan no es válido o cierto si nosotros mismos no lo vemos, pensamos u opinamos. O, al menos, tiene menos validez que lo que nosotros vemos o pensamos. Cuando no hay un vínculo subjetivo con esas ideas u opiniones las tenemos por inexistentes o altamente inverosímiles, sin reflexionar que lo que no vemos, pensamos u opinamos puede tener el mismo valor. Simplemente no atinamos a verlo. Esta es la actitud del “sólo lo que yo opine está bien y es válido, es decir, existe y lo que se salga de ese campo de visión individual carece de sentido o es estúpido o no existe”.

Así, al darnos cuenta de nuestro Ascendente, como lente a través de la cual filtramos la experiencia, se modifica nuestra actitud, dando de ese modo un valor por lo menos igual a los puntos de vista que difieran del propio. Esa apertura enriquece la experiencia y amplía los horizontes, de manera que se hace posible comprender la relatividad de la perspectiva propia. Con ello, modificamos el modo de reorganizar la experiencia, al tiempo que ampliamos el campo de experiencias que podemos enfocar.

De lo dicho hasta el momento se desprende inmediatamente la siguiente conclusión: que persona y personalidad, pese a  derivar de una misma raíz, no son términos que se identifiquen. No resulta extraño que muchos individuos traten de identificarlos en sus propias vidas. Muchos son los que creen que la persona en la que se han convertido representa el conjunto de la personalidad. Mas esto, tarde o temprano, conduce a un conflicto de identidad, y la máscara comienza a resquebrajarse dejando traslucir al indefenso y vulnerable sujeto que se halla tras ella.

La persona es, como se ha señalado, un recorte de la psique colectiva. Por ese motivo, el individuo adopta cierta actitud frente al mundo que lo rodea. Pero esa actitud es, en verdad, una pose, un rol que desempeña de cara a la sociedad. Que de esa persona se deje traslucir la personalidad, lo manifiesta el mismo hecho de que dicha máscara no es igual en todos los individuos. Y de esto nos dice mucho la idea de Ascendente, tal como se ha indicado en líneas precedentes. En efecto, el Ascendente simboliza  el modo en que nos mostramos ante la sociedad, así como la manera en la cual ésta nos ve a nosotros. Así, la máscara o antifaz que mostrará un Géminis en el Ascendente lo presentará ante la sociedad y ante sí mismo como un pensador muy comunicativo, analítico y de juicio sereno, objetivo y frío, verbigracia.

Asimismo, ese mismo Ascendente Géminis será visto por la sociedad de un modo semejante y serán esas las virtudes o facultades que la sociedad le demande, al tiempo que él las ofrecerá a cambio de un cierto prestigio o status social. El peligro aquí reside en la identificación del todo con la parte. Si la consciencia del yo se identifica con la persona, el individuo inmola su individualidad verdadera. Al tiempo es probable que sufra de hybris o inflación, pues asume que la función que desempeña le pertenece, de modo que se identifica con un oficio o un puesto de trabajo, algo que pertenece a lo colectivo y que es mucho más antiguo y amplio que su yo consciente. No sólo él puede desempeñar esa función o puesto de trabajo, sino que lo han desempeñado y lo desempeñarán muchos otros además de él. Ejemplos de inflaciones por esta trasgresión los encontramos por doquier en la sociedad. Me viene a la memoria el caso de un empresario que había ascendido por encima de sus orígenes  humildes hasta llegar a ser subdirector de una importante empresa cárnica. Este hombre era bien conocido por su despótico proceder para con sus empleados. En una ocasión se dirigió a mí con aires de grandeza, en un tono de prepotencia y de superioridad tales que le hacían parecer el dueño del complejo cárnico. Su actitud de megalomanía era típica del individuo identificado con su cargo; un espíritu débil, orgulloso, vanidoso e ingenuo en grado sumo. Por ese motivo ostentaba una actitud de arrogancia, hinchado hasta reventar por toda una serie de asunciones que daba por hecho que le pertenecían. Era como si proclamara a voz en cuello: “Yo, representante de la grandeza de esta, mi empresa, que soy el subdirector y hago y deshago a mi antojo, que estoy por encima de ti en la estructura jerárquica y puedo pisarte, ordenarte y degradarte a mi antojo, en calidad de “Dios omnipotente” al que tú debes doblegarte y rendir pleitesía, haciendo cuanto te ordene, sin osar contrariarme ni contestarme: saca tu vehículo del recinto”. Debo decir que semejante actitud inflada produjo en mí una malísima impresión, de modo que le respondí para hacerle ver que aquella actitud de “gigante que pisa a una hormiga” estaba completamente fuera de contexto.

Por otro lado, cuando se es capaz de diferenciar entre persona y personalidad, comprendiendo que la primera es una parte de la segunda, entonces se toma plena consciencia de que el Ascendente es el camino a recorrer para llegar a desplegar la personalidad. Pues la persona, como lente a través de la cual el individuo percibe el mundo, es aquella parte de la personalidad que le conducirá al conocimiento de sí mismo y al despliegue de su propia identidad.

Ya hemos mencionado que la persona, en tanto que sinónima de Ascendente, es una lente que percibe selectivamente la experiencia. De ese modo, existe un a priori en la percepción de toda vivencia en el individuo. Ese a priori lo constituyen aquellos modelos o patrones de ordenación del material inconsciente que se denominan arquetipos. Así, hay un arquetipo que constituye la base de la experiencia de toda iniciación, así como del modo y manera en que nos presentamos al mundo y de cómo este nos percibe. Cuando un niño vivencia a la madre como una persona fría, astuta, indigna de confianza, cruel, rígida y despiadada sería aconsejable prestar atención al modo en que el resto de hermanos experimentan a la madre. Probablemente ésta no sea más fría o rígida que cualquier otra madre, pero el niño la experimenta bajo la experiencia de un factor arquetípico que opera en su interior. Del mismo modo, si esta experiencia se confirma cuando un joven intenta establecer un primer contacto con una mujer, de modo que al verla peligrosa y astuta, desconfía de ella y vacila hasta el extremo de retraerse en su presencia, entonces ese mismo factor operará en el Ascendente del joven. Y dado que es así como se comporta en presencia de las mujeres con las que entabla la primera cita o contacto, este miedo interior provocará una reacción en la joven con quien se relacione y activará en ella los elementos de su personalidad que más se adecuen a la proyección. De ese modo, se produce una confabulación entre la imagen que el joven proyecta y la actitud que moviliza en la mujer. Y así podrá decirse a sí mismo: “Todas las mujeres son igual de frías y desconsideradas, indignas de toda confianza”; o bien, “las mujeres no sirven sino para acostarse con ellas”; o también, “es imposible confiar en ellas, son frías e interesadas por lo que puedan sacarle a uno”. Pero lo cierto es que cabría preguntarse si esto es realmente así. La experiencia confirma que la realidad es bien distinta. Si bien, para el individuo que así lo vive, desde luego que siempre se confirma lo mismo. Él no es consciente de que, en realidad, un factor inconsciente opera en su interior y es el responsable de todas esas experiencias, atrayendo de continuo idénticas situaciones. 

En otro lugar [3] expresé mi convicción, tras una experiencia acumulada de varios años, de que Saturno en tránsito por el Saturno natal, cosa que sucede cada 28 años, más o menos, formando una conjunción, simbolizaba o se correspondía con una experiencia de iniciación. Pero esto es especialmente válido si el Saturno natal está posicionado en el Ascendente en la carta del individuo en cuestión. En este caso, el arquetipo de iniciación se constela, lo que genera una auténtica noche saturnal. Toda vez que Saturno cruza el Ascendente es de esperar una experiencia iniciática. Sin embargo, esta experiencia será mucho más intensa y dolorosa, aunque también potencialmente más fructífera, en los casos en los que Saturno natal esté en conjunción con el Ascendente. Cuando eso acontece, es importante prestar mucha atención al signo que está en el Ascendente, así como a todos los aspectos que forman los diferentes planetas en el horóscopo natal. El inicio del proceso de individuación suele estar asociado a este tránsito, así como a importantes aspectos entre Urano y, en general, los planetas transpersonales y el Ascendente.

En el mismo orden de ideas, durante el tránsito de Saturno por el horóscopo éste contacta con el Saturno natal formando cuatro aspectos (conjunción, trígono, cuadratura y oposición) que resultan muy importantes, dado que simbolizan cuatro momentos en los que al individuo se le hacen accesibles partes distintas de su personalidad que están inacabadas, son inconscientes y, por tal motivo, lo  enfrentan con sentimientos dolorosos de inadaptación, pudiendo liberarse de ellos si toma plena consciencia de los factores actuantes. También es factible que el enfrentamiento tenga lugar en ciertos ámbitos o esferas vitales en las que se ha producido una sobre-compensación por miedos que provienen de lo inconsciente o por sentirse vulnerable o incapaz, al tiempo que es posible que  el individuo sea consciente de ciertos vínculos parentales, valores adquiridos durante su biografía o pautas de conducta familiares. Estas últimas habitualmente actúan de un modo automático y de ellas la consciencia no tiene la menor sospecha. Por tal motivo, necesariamente las experiencias de esos contactos han de ser dolorosas para el individuo, si bien extremadamente constructivas.

Como se ha dicho antes, el Ascendente representa el a priori de la experiencia de todo nacimiento o iniciación. Algunos astrólogos han correlacionado el nacimiento biológico con los emplazamientos del Ascendente y la Casa I. Y sus conclusiones parecen verificar que existe una misteriosa correspondencia simbólica que los vincula. Estos hechos han sido demostrados ampliamente por las investigaciones del psiquiatra Stanislav Grof, quien denomina a las etapas del nacimiento como matrices perinatales básicas (MPB), en las que se concentran las experiencias biológicas y arquetípicas propias del proceso del nacimiento biológico. Según el autor, en lo inconsciente se registran de algún modo las experiencias de las etapas del nacimiento. De ese modo, cuando se presentan situaciones que confrontan a la consciencia con experiencias críticas, de vida o muerte, es decir, iniciáticas, se constela material perinatal. Y esto parece ser así por cuanto este arquetipo está representado simbólicamente por una muerte seguida de un renacimiento. En mi libro El Retorno al Paraíso Perdido he tratado este arquetipo detalladamente, por lo que aquí no me voy a extender más de lo necesario.  Sin embargo, sí me gustaría recordar que dicha iniciación era representada por los alquimistas mediante una calavera o Caput Mortem, en la referida fase de la nigredo o noche saturnal. Por dicho motivo, no debería resultar sorprendente que en la confrontación con las experiencias de muerte del ego se constele material proveniente del área o nivel del inconsciente al que Grof denomina perinatal. Resulta evidente que tanto la iniciación o el inicio el proceso de individuación como el nacimiento biológico, así como toda experiencia crítica que confronte al individuo con la muerte, comparten un mismo tema y, por ende, activan en el individuo material afín. No obstante, el arquetipo es lo que subyace a todo el material constelado, dado que se trata del núcleo sobre el que gravitan los contenidos activados. Así, por ejemplo, cuando el arquetipo representado por el planeta Saturno se encuentra en conjunción con el Ascendente ello simboliza que, no sólo toda experiencia nueva va a resultar dolorosa y va a movilizar una cierta dosis de temor, recelo y exceso de prudencia, lo que se traducirá en lentitud y cautela a la hora de comenzar todo nuevo proyecto o encarar toda situación nueva, sino que, además, se corresponde en sincronicidad con un nacimiento difícil, tal vez incluso retrasado en el tiempo con respecto a la fecha prevista inicialmente. Del espectro de las vivencias posibles de un nacimiento, el individuo con Saturno en el Ascendente se limita a vivificar y/o rememorar el terror y la aprensión que todo nacimiento supone. Y no es que no haya motivos para ello, pues un nacimiento confronta al nonato con la muerte. Pero existe también la experiencia del nacimiento (o renacimiento), con la inmensa gama de posibilidades que se ofrecen y que invitan al explorar el mundo y a expandir los horizontes, en un principio angostos. Utilizando la terminología de Grof, el individuo con Saturno en conjunción con el Ascendente experimentará el nacimiento como una lucha por la supervivencia, en la que la vida corre serio peligro. Se constelan en él las experiencias que Grof condensa en la MPB 3. Y dado que es ese mismo material el que se activa cada vez que el individuo se enfrenta a una situación nueva, éste siente miedo y procede con suma cautela, angustiado ante lo que pueda suceder, acomplejado por si será capaz de manejar dicha situación o si estará a la altura de las circunstancias. La consciencia desconoce el origen del miedo que aflora desde las profundidades de lo inconsciente, llegando a paralizar todo acto consciente que el individuo se haya propuesto. Por tal motivo, sólo la confrontación directa con la muerte permitirá a un individuo así tomar plena consciencia de sus temores y, con ello, superarlos. De ese modo, se le presenta la oportunidad de modificar su actitud y el modo en que organiza su experiencia, toda vez que se enfrenta a situaciones o circunstancias nuevas e imprevistas. Repitámoslo de nuevo, en todo ser humano existe un miedo a lo nuevo. Lo que diferencia a un individuo con Saturno en el Ascendente del resto es que ese miedo se encuentra amplificado y se enfrenta a él siempre que inicia una actividad, sea ésta la que fuere.

Cuando se ha llegado a adquirir un nivel de consciencia más amplio y profundo, la consciencia misma se expande y se hace posible contemplar la experiencia de diversas maneras diferentes. Así, lo que en un nivel de consciencia estrecho se vivencia como miedo ante una nueva situación, proyecto, faceta, etapa o actividad, cuando se ha elevado de nivel (es decir, cuando se ha iniciado o se halla en la senda de la individuación) puede significar prudencia, cautela y esmerada planificación.

Hasta ahora hemos hablado del Ascendente en cuanto persona como el modo en que el individuo experimenta el mundo, así como la experiencia arquetípica del nacimiento y de la Iniciación. Pero también se relaciona con la atmósfera reinante en el entorno en el que el individuo ha sido dado a luz. Especialmente simboliza cómo se han experimentado los primeros años de vida, los que más impacto generan en la joven psique. Siguiendo con el arquetipo de Saturno (o el signo de capricornio) en conjunción con el Ascendente, el niño tiende a experimentar y a vivir en un ambiente de penurias y restricciones. Tal vez el ambiente ha sido restringido material y/o espiritualmente, frío y seco, es decir, sin amor, ternura o alimento anímico alguno.  Pero un niño con Saturno o Capricornio en el Ascendente será especialmente sensible a las condiciones de un entorno así, que quedarán marcadas a fuego en su tierna psique. Y es que existe un arreglo sincronístico entre el ambiente infantil y su tendencia interna, es decir, su imagen arquetípica.

Quedaría incompleta una descripción de la persona que no tratara el modo en que los demás experimentan la máscara en la que uno se encarna. Dado que ésta es una careta que mostramos a los demás y a través de la cual percibimos el mundo, dicha careta ejercerá un efecto o impacto cuando “salimos a escena”. Así, con una máscara uránica, es decir, si Urano o Acuario están en el Ascendente, es probable que los demás perciban al individuo como a un impertinente, un excéntrico y un revolucionario. Cada vez que aparezca en escena es como si atrajera el desorden y el caos a su alrededor. Por lo que no será de extrañar que los demás le observen con recelo y desconfianza. Al fin y al cabo todo lo nuevo provoca miedo, al amenazar con desmoronar las estructuras consolidadas que generan un sentimiento de seguridad y confianza.

Por el contrario, si la máscara es saturnina entonces el individuo puede parecer frío y hostil, un auténtico hueso duro de roer, convencional y defensor del status quo, lo que encubre, en realidad, un miedo y una falta de confianza en sí mismo, de modo que la reticencia a relacionarse, la resistencia a todo cambio y el retraimiento suelen hacer acto de presencia. Dado que con Saturno en el Ascendente la autocrítica es una constante, el individuo tiende a proyectar esta actitud al exterior, de modo que verá a los otros como si siempre le estuvieran criticando y evaluando. Por tal motivo, el individuo siente que no está nunca a la altura de sus/las expectativas y se esfuerza una y mil veces en alcanzar la excelencia que, para él, será siempre un objetivo inalcanzable.

Por norma general, todo arquetipo que esté en conjunción con el Ascendente irradia hacia el exterior, de modo que los atributos del signo o planeta astrológico que se hallen en él se amplifican, teniendo una importancia crucial en el desarrollo de la personalidad total o Sí Mismo.  Cuando esta norma no se cumple, lo más probable es que exista en el individuo un conflicto de energías contrapuestas que impiden la expresión de los potenciales existentes en su Ascendente.

La amplificación que la idea astrológica del Ascendente nos ha permitido hacer con el término persona en psicología analítica ha puesto de manifiesto que la máscara no es sólo aquella mera pose que el individuo presenta ante mundo, la sociedad y ante sí mismo, una suerte de falsificación de su verdadera personalidad. Desde luego que suele ser sólo esto en la inmensa mayoría de los individuos. Sin embargo, cuando se ha producido una evolución de la consciencia y el individuo sigue la senda de la individuación, la persona se convierte y, al tiempo, se transforma en lo que en esencia es, o, quizás tendríamos que decir, debería ser: el camino a recorrer en el despliegue auténtico de la personalidad. Representa, también, las aptitudes  y/o funciones que debemos diferenciar si  pretendemos llegar a una autorrealización plena. Pues a través de las funciones simbolizadas por el Ascendente llegamos a manifestar quienes somos como entidades completas.

Parece ser una constante en psicología que este modo de contemplar la persona no tiene lugar, paradójicamente, sino después de la disolución de la identificación del yo consciente con la misma persona, en tanto que rol social, máscara o careta, en definitiva, un recorte individual de la psique colectiva.  Esa disolución pone al individuo en contacto con su alter ego, con su sombra, con aquella parcela de su personalidad que también es él, pero que ha permanecido oculta por diversos motivos. Esa experiencia difícil, bien dirigida y asimilada, le permite al individuo conectar con su inconsciente e iniciarse en la senda que le llevará a su autorrealización. Esto nos permite comprender por qué el Ascendente simboliza el arquetipo de la iniciación. Dado que en dicho proceso tiene lugar un desplazamiento del centro regulador, trasladándose éste del pretérito ego a la más amplia y completa personalidad total, que lo engloba y sostiene. Ya no es la egoísta voluntad del yo consciente la que rige el destino del individuo sino la  propia personalidad.  Y es precisamente cuando esta transformación tiene lugar que la persona, en tanto que sinónima de Ascendente, asume importancia y un valor sobresaliente en el arduo proceso de individuación.

Por último, no podemos dejar de mencionar que el Medio Cielo y, por lo tanto, la Casa X suele ser adscrita también a la idea de persona. Liz Greene hace mención expresa a esta misma relación en su libro Relaciones Humanas. Dado que la décima Casa simboliza el ámbito de la carrera, los logros personales y el status social, y no en balde se la denomina también el sector profesional, ciertamente está asociada con la idea originaria de persona. Esto es, se relaciona con la idea que Jung expresa en su libro Las relaciones entre el yo y el inconsciente y que, sin embargo, en mi opinión, como ya he mencionado a lo largo de éste capítulo, es demasiado estrecha y limitada, dejando al margen material empírico que puede ser adscrito a la idea de persona. Greene afirma lo siguiente:

“La Astrología tradicional considera a la décima Casa como significante de la carrera, del logro y del status en la sociedad. Está además conectada con la persona, la máscara de adaptación social que cada individuo desarrolla para poder mezclarse sin tropiezos con el medio del cual es parte. Con frecuencia, apunta al tipo de actividad o de empresa en que el individuo se siente más feliz, o a un conjunto de actitudes a las que él se adhiere en su vida laboral. Generalmente, ello se debe a que es la Casa que define sus valores, es decir los valores a los cuales él intentará dar forma por mediación de su trabajo.”

En este sentido, podemos adscribir la idea de máscara a la Casa diez, siempre que nos limitemos al sector profesional. Es decir, atendiendo a la premisa de que éste sector está relacionado con la esfera de la profesión y que, en ella, se definen ciertos valores que el individuo manifestará en su trabajo. Sin embargo, aunque un individuo con el sector profesional en el signo de Acuario, verbigracia, tratará de realizar una carrera novedosa u original que le permita desplegar en esa área vital las virtudes propias de Acuario, el aspecto que él muestra a los demás siempre estará teñido por el Ascendente. El Ascendente es la máscara verdadera de la que uno no puede desprenderse, por mucho que lo desee. Y es esa careta la que deja su impronta en el ambiente que nos rodea, no sólo en la relación con los hermanos y amigos, sino también en el sector profesional, como en cualquier otra esfera de la vida. De hecho, algunos autores dicen ser capaces de conocer el Ascendente de un individuo sólo con verles el rostro, el porte y la apariencia física general. Hay incluso astrólogos que afirman ser capaces de corregir una hora de nacimiento incierta, evaluando la configuración física y el aspecto de una persona y correlacionándola con el signo Ascendente. No obstante, desde mi punto de vista, adscribir el aspecto físico únicamente al signo Ascendente es un tanto simplista. Por no mencionar lo difícil que resultaría si el individuo en cuestión tuviera un Ascendente aspectado por múltiples planetas. En general, la carta natal es una totalidad con factores interconectados e interrelacionados y todos ellos influyen en la constitución física y en la fisonomía. La idea que sí hay que tener en mente siempre que tratemos del Ascendente, y lo que lo correlaciona con la persona, es el hecho de que éste simboliza  una encarnación física del individuo o una manifestación concreta en una configuración o cuerpo físico de las múltiples posibles. Es la máscara verdadera del individuo, la pose que mostrará siempre que aparezca, produciendo un efecto o influencia sobre el ambiente toda vez que “salga a escena”. 

Para finalizar este apartado, ilustraré con varios ejemplos lo dicho hasta el momento. Un individuo con Ascendente en Géminis y su Sol en Piscis, verbigracia, curará y servirá a los demás (expresión de los atributos de Piscis) mediante la comunicación a través de la palabra, oral o escrita, transmitiendo y distribuyendo información de diversas áreas del conocimiento, que el Ascendente en Géminis será capaz de interrelacionar y coordinar. Con un Ascendente en Escorpio y el Sol en Acuario el individuo atravesará múltiples y dolorosas iniciaciones de las que extraerá un profundo conocimiento de la vida (expresión de los atributos de Escorpio), que después derramará al resto de sus coetáneos (irradiación del Sol en Acuario). Un Ascendente Piscis y un Sol en Aries representan a un individuo que despliega su potencial iniciador e inspirador y su capacidad de conducir las vidas de los demás (irradiación del Sol en  Aries) educando y curando a través de la devoción, la compasión y el amor por el prójimo (facultades propias de Piscis).

  1. Diferenciando la Persona en el viaje de despliegue de la Personalidad o Individuación

En el apartado precedente se ha tratado de mostrar la importancia que reviste la diferenciación de las funciones y cualidades de la persona, simbolizada en Astrología por el Ascendente, tras su imprescindible disolución previa, y el descubrimiento del alter ego, de ese otro yo que también pertenece al conjunto de la personalidad.

En Astrología, la sombra o el alter ego viene representada por el descendente, es decir, el punto o ángulo opuesto al Ascendente. Resulta, por lo tanto, evidente que es necesario tener presente la figura de la sombra si se pretende diferenciar las cualidades del Ascendente en el proceso de individuación o despliegue del conjunto de potenciales que le son inherentes a la personalidad. De esta suerte, el trabajo con la sombra nos conduce de lleno al descubrimiento de todo aquello que, debido a la identificación que el yo consciente realiza con la máscara, había permanecido fuera del foco de luz de la consciencia por motivos diversos.

De esta suerte, se activa o constela el arquetipo de la iniciación, dando comienzo la individuación o autorrealización, con lo que se hace posible la toma de consciencia de las facultades que le son propias al Ascendente, como símbolo de la persona, y que será necesario diferenciar y desplegar en el proceso de individuación.

También expresamos en el capítulo anterior que el Ascendente simbolizaba un punto vital  para la consecución de la identidad individual, en tanto que la diferenciación de las funciones en él representadas constituía la  condito sine qua non para una autorrealización plena. Así pues, nos serviremos en adelante del simbolismo astrológico para expresar de qué modo el individuo puede conocer aquellas funciones que deberá desarrollar para desplegar su personalidad.

Por lo tanto, los factores que debemos considerar en aras de una diferenciación plena del Ascendente son los siguientes:

1.      El eje Ascendente-Descendente, atendiendo en especial a las cúspides de las Casas I y VII.

2.      El planeta regente del signo que está en el Ascendente.

3.      El emplazamiento del planeta regente de la carta (es decir, el planeta regente del signo del Ascendente) por signo y Casa.

4.      Los aspectos que presente el planeta regente del Ascendente con otros planetas. Revisten especial interés los aspectos con planetas transpersonales o exteriores (Urano, Neptuno, Plutón).

5.      Los planetas que estén en conjunción con el Ascendente, en un orbe de 10º, ya sea en la Casa XII o en la Casa I. La expresión del planeta será diferente si se encuentra en el ámbito de la XII que en la I.

6.      Los aspectos que presente el Ascendente, siendo especialmente importantes los contactos con planetas exteriores o transpersonales.

A fin de que se comprenda el modo en que todos estos factores operan en la persona de un individuo y los posibles conflictos que han de ser transformados e integrados,  para diferenciar las potenciales funciones representadas por dichos símbolos astrológicos, a continuación estudiaremos el Ascendente en una carta natal de un individuo. Para conservar su anonimato, no se expondrá su carta natal completa, sino que sólo se presentarán los factores que se han mencionado como de interés para la diferenciación del Ascendente. Asimismo, se tratarán los datos de un modo impersonal, para evitar toda posible vinculación personal con el individuo en cuestión, a quien denominaremos Sr. X. Los factores de interés son los que se muestran a continuación:

Eje Asc-Des

Regente de la Carta 

Signo y Casa del regente de la Carta 

Aspectos del regente de la Carta 

Aspectos con el Ascendente

Géminis-Sagitario

Mercurio

Aries

Casa XI

Mercurio oposición Urano

Saturno, Marte y Luna en la Casa XII, en conjunción

Neptuno en la Casa VII en oposición

Plutón en la Casa V, en trígono



  1. El eje Ascendente-Descendente

Como se puede observar en la tabla,  el Ascendente  está en el signo de Géminis y, por lo tanto, el descendente cae en el signo de Sagitario. Tradicionalmente, el signo de Géminis está asociado al motivo de los gemelos. Estos siempre han tenido una connotación numinosa que, incluso en nuestros días, se manifiesta con el nacimiento de hermanos gemelos. En la mitología universal hay un número ingente de pares de gemelos. Los más conocidos, y relacionados con la constelación de Géminis, son los Dioscuros, los hijos de Dios. Según el mito, Zeus yació con Leda, la esposa del rey Tíndaro, bajo la forma de un cisne. De esa unión surgieron dos huevos. De uno de ellos nacieron Cástor y Clitemnestra, hijos del rey Tíndaro. Del otro huevo, nacieron Palideuces o Pólux y Helena, hijos de Zeus. En éste mito aparecen dos parejas de opuestos: dos hermanos y dos hermanas gemelas. Son opuestas en tanto que una de ellas es mortal y la otra  inmortal. En este mito, como en el de Caín y Abel, o Judas y Jesús, hallamos el motivo de la hostilidad entre hermanos (y hermanas), así como el tema de las almas gemelas.

Los gemelos simbolizan la sempiterna experiencia de opuestos: mortalidad e inmortalidad, luz y oscuridad, bien y mal, masculino y femenino, espíritu y materia, alma inmortal y cuerpo mortal, etc. La película Toda la Verdad es un ejemplo muy bueno de una doble polaridad que existe en el matrimonio protagonista. Clare, la esposa abogada, y su hermana son un par de opuestos. El marido, un ex-militar con un turbio pasado, ejemplifica la oposición que le es inherente a todo Géminis; su luminosa vida de pareja, felizmente casado y con grandes expectativas de futuro, de un lado, y, en el lado opuesto, su oscura vida como militar, en la que daba rienda suelta a su tendencia asesina. Por lo tanto, teniendo en cuenta esta amplificación del símbolo de Géminis, el individuo con Géminis en el Ascendente experimenta el mundo a través de una lente polarizada. Es decir, la experiencia está siempre teñida de una fuerte polaridad entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, entre la introversión y la extraversión. El camino a recorrer con Géminis en el Ascendente es aquel que permite al individuo manifestar lo que hay de inmortal en él, a través de la palabra oral o escrita. Al disponer de un enfoque polarizado el Ascendente Géminis ha de llegar a ser consciente de esta polaridad, no sólo en su entorno y en el mundo, sino, sobre todo, en su propio interior. O, para expresarlo más correctamente, la aporía de opuestos que él observa en lo exterior es un reflejo de su propio conflicto interior. Recuerdo un sueño, que tuvo el individuo cuya carta estamos analizando, en el que se mostraba esta lucha de opuestos. Se trataba de dos monstruosos animales que luchaban y que se encontraban aferrados el uno al otro, sin que ambos pudieran moverse. Los dos monstruos eran un cocodrilo y un escorpión, ambos gigantes.

Lo que este sueño simboliza es el conflicto interno que subyace en Géminis. La lucha encarnizada entre la introversión y la extraversión, entre el mundo anímico y el mundo físico, entre el alma inmortal y el cuerpo mortal. Dado que estos dos opuestos aparecen en el sueño, encarnados en la figura de dos animales míticos, ello expresa que  de esa lucha de opuestos el soñador no era plenamente consciente. Es decir, él veía el mundo a través de las lentes de la oposición que le es consustancial a Géminis, pero no se daba cuenta de que esa aporía era el reflejo de su propia lente. Un ejemplo plástico de un Ascendente Géminis nos lo proporciona la película Amadeus, cuando Salieri se coloca la máscara negra en la que, por un lado sonríe, con optimismo y, por el lado opuesto, refleja un rostro serio, deprimente, como si se tratara del cara de la misma muerte.

El peligro que corre la persona Géminis reside en no ser consciente de que él enfoca las experiencias vitales a través de la polaridad. De este modo, si el yo consciente se identifica con una de lo dos polos del Ascendente, inevitablemente, el otro irá a parar a la sombra. Por lo tanto, se proyectará en la figura del otro. Y ese “otro” pueden ser los hermanos, los amigos cercanos, los vecinos o la pareja. Esa batalla de opuestos puede manifestarse como lucha entre los valores masculinos e intelectuales, el mundo de la cabeza, y los valores femeninos o emocionales, el mundo del corazón; o bien, entre objetivos de carácter espiritual y aquellos otros que tienen que ver con lo material o corporal. O bien, entre la faz que se muestra a la sociedad y la que se presenta en el ámbito interno de la familia. Por tal motivo, el individuo que no sea plenamente consciente de esta polaridad de su Ascendente,  se sentirá confuso y aparecerá ante los demás como tal. No será difícil que tenga una doble opinión con respecto a muchas cosas o que tan pronto tenga una opinión como su opuesta.

En otro orden de ideas, aunque sin abandonar el signo de Géminis, a Mercurio se lo ha considerado en la Alquimia como un dios ambiguo e impredecible, un espíritu que alberga todos los opuestos concebibles. Andrógino, y representado también como la materia prima, era, asimismo, el hermano gemelo, oscuro, de Cristo. El era el doble del hijo de Dios nacido en la oscuridad de la Tierra. De ello se colige que, tanto los aspectos luminosos, cuanto los oscuros son necesarios para alcanzar la totalidad. Y precisamente los aspectos oscuros equilibran a los elementos luminosos, que de otro modo se alejarían de lo humano.

El Mercurio romano era conocido como el mensajero de los dioses, el dios de las encrucijadas y el gran comunicador. Así, el Ascendente Géminis mostrará estas mismas cualidades en su entorno, encarando la vida con mucha curiosidad, tratando de entender cual es el funcionamiento del mundo y de las personas. Como mensajero de los dioses, su sino es recopilar información y distribuirla. Recaba ciertas ideas en alguna parte y las aplica en otros lugares. De hecho el individuo que estamos analizando es un hábil buscador y recopilador de datos, siendo capaz de relacionarlos entre sí para construir modelos científicos que explican el funcionamiento de diferentes aspectos de la vida.

El descendente en Sagitario, es decir, la sombra de esta persona contrarresta y equilibra la excesiva tendencia a la dispersión en miles de datos, que al final no conducen a nada. La esterilidad de una visión cientificista, limitada a los hechos, que son analizados hasta perderse en la intrascendencia, puede tomar cuerpo y ser trascendida gracias a una visión más amplia y profunda de la vida, simbolizada por el descendente Sagitario. Así, al encontrar el propósito que subyace a los hechos empíricos, éstos son vistos como parte de un plan mayor que los incluye y los engloba. Es este, precisamente, el problema al que se enfrenta el moderno mundo científico. Pues la especialización creciente, la pérdida en la búsqueda desaforada y en la recopilación de datos, en el análisis exhaustivo de los hechos, y la construcción de modelos que tratan de reproducir el funcionamiento de los diferentes aspectos de la realidad, basados en esos hechos, han perdido el propósito subyacente que los ha de orientar. Los científicos modernos no son capaces de vislumbrar que bajo toda esa maraña de hechos y modelos, subyace un proceso que conduce a un fin que trasciende los estrechos límites del saber científico actual. Como podemos ver, el problema vital al que el individuo con Ascendente Géminis se ha de enfrentar es compartido por la sociedad occidental.

  1.  El planeta regente del Ascendente y el signo en el que se encuentra

El planeta que rige a Géminis es Mercurio. Mercurio, en la carta natal, está posicionado en el cardinal signo de fuego Aries. Por lo tanto, el individuo es un pensador intuitivo. Su intelecto es rápido e incisivo, comunicándose de un modo bastante impulsivo. Sin darse cuenta ha realizado un discurso y, en ocasiones, se precipita a expresar ideas u opiniones que, tal vez, debiera evaluar más cuidadosamente. Sin embargo, aunque los aspectos con el Ascendente los trataremos en otro apartado, al tener a Saturno en conjunción con el Ascendente, este carácter impulsivo en su discurso y en el modo de comunicarse y expresarse, se ve modificado, de modo que adquiere una mayor seriedad, y evalúa antes todo compromiso en el ámbito intelectual. No suelta palabra si antes no está seguro de lo que dice y si no se encuentra a gusto en el entorno en el que lo hace. Sólo tras estar seguro y confiado comenzará a expresarse, dando rienda suelta a Mercurio en aries.

Al estar Mercurio en el signo de Marte, el individuo es un pensador infatigable. Su curiosidad por la vida y por sí mismo, lo lleva a  adquirir un alto grado de autoconsciencia, de consciencia del mundo que lo rodea y de los procesos que tienen lugar en el transcurrir de la vida. Son auténticos canales de información y de ideas, pudiendo vincular multitud de disciplinas entre sí. Dado que Mercurio es conocido como un mimo, es decir, como un actor fabuloso, asumiendo las cualidades de los otros dioses, a quienes, según la mitología, robaba siempre algo, la oposición de este planeta con Urano lo hace absorber sus cualidades. De ese modo, la visión intuitiva que le confiere a Mercurio el estar en el signo de Aries se ve potenciada por Urano. Por tal motivo, Mercurio tiene acceso al manantial de Sabiduría del Nous, del Espíritu Universal. El problema radica en que, al aumentar la percepción intuitiva, es decir, al permitir que la lente se mueva desde el microcosmos al macrocosmos, el rango intermedio no le resulta fácil percibirlo y, por lo tanto, al individuo se le generan problemas con los asuntos de la vida cotidiana, que no es capaz de ver. Además, este contacto acelera el funcionamiento del intelecto y el individuo no deja de pensar. Su sistema nervioso es muy sensible, lo que le confiere una increíble rapidez de reacción y de comprensión, así como una gran capacidad de memoria y una lucidez mental excepcional. Pero, dada la sensibilidad del sistema nervioso, el individuo debe realizar mucho ejercicio físico, para no acumular un exceso de energía en su interior que puede llegar a manifestarse en una tendencia a entablar discusiones e, incluso, puede somatizarse en ataques de nervios, en gesticulaciones nerviosas, alteraciones del sueño, etc.

Cuando no se es consciente de esta percepción anodina, el individuo puede entrar en verdaderas discusiones por nimiedades. Así, es muy típico que este aspecto conflictivo se manifieste en argumentaciones airadas por asuntos de la vida cotidiana que, para otros individuos, son nimiedades y no revisten importancia alguna. El problema reside en que se observan los asuntos de la vida cotidiana como si en ellos se hallaran las respuestas a los grandes enigmas. Así pues, nos encontramos con un problema de enfoque. Por eso, es imprescindible que la mente esté siempre activa y alimentada con información de carácter esotérico. No es de extrañar el interés  que el analizando muestra por la Astrología, la psicología transpersonal, la Alquimia, la sociología, la física moderna, la mitología o la simbología. Pues todas ellas son ámbitos en los que el aspecto Mercurio oposición Urano puede desplegarse sin fricciones. Asimismo, dado que Urano está en la Casa V, la Casa de la expresión de la identidad personal, esto simboliza que no sólo es que esos intereses por lo esotérico resulten importantes, sino que son vitales para su expresión creativa. A través de ellos se manifiesta su potencial creativo. Su individualidad (Urano) irradia a través de la expresión creativa. De hecho, para este individuo la expresión de su potencial generador no puede limitarse a la vía instintiva o biológica, es decir, a través de los hijos. Para él, es mucho más importante dar a luz hijos espirituales que biológicos. Pues los primeros le permiten expresar su individualidad, lo que él es como individuo.

  1. La Casa del planeta regente del horóscopo o del Ascendente

Aquí llegamos a un tema muy importante. ¿Dónde tiene lugar la expresión de Mercurio? Es decir ¿En qué ámbito de la vida el individuo despliega las cualidades del planeta regente de la carta?

De acuerdo con lo que podemos verificar en el horóscopo del Sr. X, Mercurio se encuentra en la Casa XI, la de Acuario. Así que, la expresión del aspecto Mercurio-urano ya mencionado, se ve favorecida y potenciada por la posición de Mercurio en la Casa de urano. Por lo tanto, Mercurio funciona de un modo uránico y en el ámbito de Urano. Los intereses y objetivos marcados por el planeta se elevan de nivel y el intelecto tiene acceso al manantial de sabiduría que reside en el ámbito del Espíritu Universal, del Nous. Y, por ende, lejos de funcionar a un nivel profano, el intelecto tiene avidez por el conocimiento de las leyes que gobiernan en el universo y, como reflejo de aquel, también en el espíritu humano. Por tal motivo, no es de extrañar que la Astrología sea uno de los principales intereses de los personajes fuertemente acuarianos o con un Urano muy prominente en la carta, cual es el caso que estamos analizando. La perspectiva orgánica de esta ciencia se adecua a la percepción de una personalidad tan fuertemente influida por Urano.

La Casa XI está asociada con los amigos, con los grupos y, en general, con la sociedad en su conjunto. Así, el individuo  amplía su rango de experiencias y el conocimiento del funcionamiento de las leyes naturales que rigen en el universo y en los seres humanos a través del contacto con amigos, con personajes que comparten su misma perspectiva, que realizan investigaciones en el mismo área de estudio que a él le pueda interesar, etc. Una expresión de esto último podemos encontrarla en aquellos foros de discusión de temas esotéricos que se han hecho muy populares a través de Internet. De hecho este medio es muy indicado para la distribución de información más allá de los estrechos límites de un sólo país.  Sin embargo, al tener a Urano en oposición con esta Casa, existe un conflicto entre la expresión de la individualidad y las organizaciones. Por ejemplo, puede generarse un conflicto entre los resultados de las investigaciones del individuo y lo que impera en el ámbito académico. Sus intereses van siempre muy por delante de aquello que se investiga en las universidades. Por tal motivo, estos individuos serán siempre unos bohemios, siendo fieles a sus novedosos y revolucionarios descubrimientos,  los cuales, además, constituyen una fidedigna expresión creativa de su individualidad o proceso de individuación.

No obstante, estos descubrimientos pueden ser de mucha ayuda para la sociedad, contribuyendo al buen funcionamiento del colectivo. A través de investigaciones que ponen al descubierto los conflictos existentes en la sociedad, se puede contribuir a que esta mejore, tome consciencia de sus flaquezas y errores y pueda avanzar o progresar. Es más, dado que el Medio Cielo del individuo cuya carta natal se está analizando, está en el signo de Acuario su trabajo debe darle un margen de libertad suficiente como para  actualizar sus potenciales, y, con ello, se le facilitará la tarea de contribuir en beneficio de la sociedad. Con estos emplazamientos el individuo está llamado a desplegar sus capacidades de comunicación y de transmisión de ideas originales, por mediación de las cuales produzca un impacto revolucionario en la sociedad. Una vía de expresión de Mercurio en la Casa XI puede ser la edición de libros, la publicación de artículos o ensayos, exposición de conferencias, etc. Y esto se realizará de un modo muy uránico, es decir, original. Así, el individuo puede preferir, como sucede con el analizando, que esa transmisión de información se realice a través de internet, pues este medio no sólo es novedoso, sino que permite una más rápida y  mayor expansión, pudiendo llegar a un grupo de personas más numeroso.

  1. Aspectos con el Ascendente

Llegamos al último de los factores que se han de considerar en el despliegue consciente y efectivo de la persona, en tanto que Ascendente, en el proceso de individuación. Los aspectos que presenta el individuo cuyo Ascendente estamos analizando son múltiples y, además, de importancia excepcional.

Así, por ejemplo, para comenzar con el planeta más próximo al Ascendente, encontramos a Saturno en conjunción casi exacta. Por lo que éste arquetipo adquiere una importancia sobresaliente en el proceso de individuación, dado que su influencia en el conjunto de la personalidad se ve potenciada.

Saturno en la Casa XII y en conjunción con el Ascendente simboliza que el individuo se presenta a los demás con un aspecto serio, recatado y aparenta una madurez mayor que la que le correspondería por edad. Al estar en el signo de Géminis, los atributos que este signo simbolizan se ven ligeramente modificados. Así, en lugar de hablar por los codos, como sería de esperar, el individuo es muy cauto y temeroso, especialmente cuando no conoce el entorno en el que se mueve o a las personas con las que se relaciona. En esos casos, apenas soltará palabra. Pues teme lo que los demás puedan pensar de él, sintiéndose inadecuado y receloso. Tardará mucho tiempo hasta que comience a comunicarse con los demás, y sólo lo hará cuando haya adquirido cierta confianza y sienta que puede expresarse sin que los demás lo vayan a censurar o a juzgar. Los miedos que el individuo siente están enraizados en lo inconsciente colectivo. Algunos autores consideran que este emplazamiento representa profundos miedos, que le son inconscientes al individuo y que no puede controlar, paralizándole desde su interior. Y lo suelen relacionar con experiencias biográficas que se retrotraen a los primeros años de la infancia. El individuo concreto que estamos analizando, tuvo, en efecto, una niñez muy dura. La madre, temerosa de que le pudiera suceder al niño algún accidente, por lo vivaz y curioso que era,  limitaba al mínimo sus movimientos, impidiéndole que explorara el entorno (lo que se relaciona con la conjunción Saturno-Luna de la que nos ocuparemos en breve). Y esa limitación parece haber influido decisivamente en la actitud del individuo adulto. No obstante, debemos insistir en que en el núcleo de la vivencia se halla el arquetipo. Y es éste el responsable de que el niño experimente la limitación de movimientos como un acontecimiento traumático, dado que el resto de hermanos han crecido en un ambiente idéntico y, sin embargo, sólo él experimenta ese retraimiento y esa cautela cuando toma contacto con individuos que no conoce. Y, también, sólo a él le limitaron su campo de movimiento. Nos encontramos, como ya dijimos en otros apartados, ante un arreglo sincronístico entre el arquetipo y los sucesos, experiencias y/o hechos acontecidos.

Saturno en la Casa XII simboliza, sobre todo, la sombra colectiva en el individuo. A este planeta se lo suele asociar con Satán o con el Diablo, es decir, con el Mal o, en términos de psicología analítica, con la sombra. Pero lo cierto es que, al hallarse ubicado en esta Casa, ese mal adquiere dimensiones colectivas. Se trata del mal que le es consustancial a toda la humanidad. Representa los aspectos oscuros de todo ser humano. Y el individuo con Saturno en la Casa XII se ve ante la necesidad de enfrentarse con la Sombra Colectiva o Mal Absoluto. Podemos imaginarnos lo difícil de esa confrontación si somos conscientes de lo duro que resulta tener que enfrentarse uno mismo a sus propias oscuridades (simbolizadas por el descendente). Pues bien, en el caso que nos ocupa, durante el proceso de lucha con el Adversario, con el alter ego, el individuo entra en guerra con la barbarie que toda la cultura, en la que ha sido dado a luz, mantuvo detrás del foco de la consciencia. De modo que este arrostramiento toma dimensiones cósmicas y, al estar en conjunción con el Ascendente, iniciáticas. Por lo tanto, para que un individuo con semejante carga no sea anegado por la oscuridad de lo inconsciente colectivo, necesita una preparación previa a la confrontación con su sombra. Dicha preparación debe permitirle ampliar sus horizontes para dar cabida a todo contenido que surja de lo inconsciente, sin identificarse con él.

Una vez iniciado, es decir, una vez disuelta la máscara y tras enfrentarse a sus oscuridades (descendente), ligadas a la barbarie que le es inherente a toda la humanidad (Saturno en la Casa XII en conjunción con el Ascendente), al individuo se le hace accesible un mayor conocimiento de sí mismo y de la humanidad, pudiendo comunicarse mucho mejor con el resto de sus coetáneos. Es importante hacer mención a la conjunción Saturno-Marte. Esta simboliza que, en el proceso de confrontación con el Adversario, el individuo encontrará que una energía tumultuosa amenaza con estallar violentamente. Dado que Marte simboliza aquella energía que nos impulsa a seguir el camino de la individuación, al estar en la Casa XII y en conjunción con Saturno, nos informa de que los antepasados del individuo no se han individuado. Así, los  padres del analizando no han podido expresar sus potenciales, porque las condiciones y las circunstancias que han rodeado sus vidas han sido tan restrictivas y limitadoras que lo han impedido u obstaculizado. Parece como si esa agresividad acumulada por varias generaciones, como consecuencia de una imposibilidad real de autorrealizarse, se actualizara en el individuo y tuviera que dar cauce en el transcurso de su vida a ese impulso frustrado en sus familiares.

Esa conjunción Saturno-Marte también está asociada a un esfuerzo concentrado. Cuando se ha logrado concienciar el conflicto entre el deseo de hacer algo y el temor a sus consecuencias, este aspecto procura una concentración efectiva de la energía marciana. Así, es posible encarar tareas que requieren grandes cantidades de esfuerzo, gracias a una planificación y a una concentración dignas de alabanza. Sin embargo, lo más común es que el individuo unas veces actúe impulsivamente, para después auto-censurarse y  reprimirse. Este contacto puede crear problemas de accidentes en la conducción de vehículos. Por tal motivo, hasta que el individuo no sea consciente de las energías (arquetipos) que operan en su interior, lo más aconsejable es que no conduzca motocicletas o automóviles. Y, aún siendo consciente, la conducción temerosa siempre está al acecho. Marte le pide al individuo que acelere, mientras que Saturno le dice que frene. Hay que llegar a un acuerdo entre ambos dioses, dando a cada uno lo que le corresponde. Así, siguiendo con el ejemplo del automóvil, cuando Marte pide velocidad, Saturno le dirá que se espere a que las condiciones del tráfico y de la vía lo permitan. De ese modo, se llega a un compromiso con ambos arquetipos, para que ninguno de los dos  irrumpa violentamente. 

A Marte se lo relaciona con el instinto sexual más básico. De esta suerte, su conjunción con Saturno en la Casa XII parece estar asociada a un problema con la sexualidad. Los individuos con esta conjunción se sentirán impotentes y vulnerables en su expresión sexual. En lo más íntimo de su ser hay un fuerte complejo de inferioridad que los hace sentirse inseguros y fácilmente heridos. De hecho, bajo la fachada del complejo de “macho ibérico” descubrimos una inadecuación, inseguridad y vulnerabilidad  en todo lo que se refiere a la potencia sexual. Por tal motivo, se erigen muros aparentemente infranqueables que dan la impresión opuesta (construcción de una máscara). Pero, lo cierto es que bajo toda esa parafernalia y ese despliegue de aparente potencia sexual, hallamos a un individuo inseguro y temeroso de no dar la talla, que a escondidas se compara con los demás e, incluso, que cree firmemente en su impotencia sexual. Algunos individuos con dicho complejo de “macho ibérico” compensarán su miedo y su falta de seguridad en sí mismos por mediación de una incontable lista de conquistas. Otros, por el contrario, medirán su pene y tratarán de compararlo con el tamaño de los demás, para así sentirse algo más seguros. Unos cuantos, tal vez, tengan un miedo atroz al juicio que puedan emitir las mujeres con las que se acuestan o, incluso, puede que prefieran las relaciones homosexuales porque en ellas se sienten más seguros. En cualquier caso, lo cierto es que esta conjunción en la Casa XII denota un verdadero conflicto con la potencia sexual. Conflicto que han experimentado los antepasados del individuo, que no han superado y que, por tal motivo, se le presenta como una prueba que ha de arrostrar si pretende desplegar su personalidad en el proceso de individuación. En el caso concreto del Sr. X, sus familiares más cercanos parece que han tenido, todos ellos, un fuerte complejo de inferioridad que los hacía sentirse sexualmente inferiores. Además, según el Sr. X, las mujeres de sus familiares utilizaban esa vulnerabilidad, ese temor a no dar la talla, es decir, a no ser sexualmente potentes, para atacarles justo donde más daño les podían causar. De ese modo, el conflicto estaba servido. Esto último viene simbolizado en el horóscopo del Sr. X  en esa triple conjunción Saturno-Marte-Luna. El complejo de “macho ibérico” que los varones erigen  como compensación por su sentimiento de inferioridad, les hace mostrarse como hombres fuertes, potentes, capaces de dominar a sus esposas. Esta actitud viola toda posible expresión femenina, en ellos mismos y, como reflejo, en sus respectivas parejas. Lo femenino así doblegado, violado y dañado, se toma su revancha golpeándoles allí donde puede producirles mayor efecto. Es decir, donde son más vulnerables.  Dado que Marte representa la egoísta voluntad del ser, es decir, la tendencia que busca el despliegue efectivo de las potencialidades, sin consideraciones de tipo alguno, la conjunción de este planeta masculino (energía Yang) con la Luna o planeta femenino (energía Yin) se considera en Astrología como un aspecto inarmónico. La tendencia separatista y guerrera de Marte se contrapone a los sentimientos de amor y unión con la totalidad  de la Luna, ambos en la Casa XII. Así, cuando el individuo inicia una actividad, o se pone en marcha en cualquier proyecto que comience, pasa por delante de la Luna, es decir, toda su afectividad y su sensibilidad son arrasadas por el activo fuego de Marte. No es de extrañar que, de cara a los demás, esta configuración se experimente como insensibilidad y rudeza. También es importante añadir que los ataques de violencia son muy típicos con esta conjunción, puesto que el enfado emerge desde lo más remoto de lo inconsciente colectivo. En numerosas ocasiones, el individuo es capaz de captar de un modo inconsciente la información que procede del ambiente que lo rodea, o de las personas del entorno, y estalla en una discusión airada y hasta brutal por algo que, en realidad, nada tenía que ver con él, pero que ha exteriorizado como si procediera de sí mismo. En efecto, se trata de una extrema apertura a las influencias del ambiente y se necesita ser muy consciente de lo que está sucediendo en el fondo. Si lo miramos desde un punto de vista biográfico, lo más probable es que el individuo haya absorbido toda la violencia que ha habido en su entorno en los primeros años de su existencia, así como, de acuerdo con lo que he podido comprobar en el Sr. X, que la madre pueda estar ausente, ser bastante insensible o no comprenda las demandas del bebé, lo que termina por provocar una tremenda frustración  y una agresividad concentrada. Por tal motivo, el niño acaba montando escenas de todo tipo para llamar la atención de la madre, que parece estar más enfrascada en sus asuntos que en las necesidades del niño. De adulto, esto se puede manifestar en rabietas, que se traducen en estallidos de violencia psíquica o/y física, con la pareja cuando esta no atiende al individuo o no actúa de acuerdo con sus expectativas, sobremanera excedidas. Y esta actitud sólo puede ser trascendida si el individuo revive la frustración y la agresividad compulsiva que aquellas situaciones generaron en el transcurso de su infancia. Además, de conformidad con las investigaciones de Grof, dicha agresividad estaría asociada al proceso del nacimiento biológico, cuando el bebé atraviesa el canal del parto y se enfrenta a una experiencia vital que lo confronta con la muerte. En esos momentos, se activa en lo inconsciente el arquetipo de la Iniciación o re-nacimiento, con la emergencia de una cólera fuera de toda mesura, que los alquimistas simbolizaban en la operación denominada calcinatio. De hecho, esta operación está simbolizada por el Lobo, el animal que se relaciona con Marte,  y por el León. Especialmente significativo en este contexto es el símbolo del lobo quemándose en un fuego abrasador. El lobo representa la voracidad del niño, que está perpetuamente hambriento y deseoso de los favores de la Madre. Así, el individuo adulto con esta configuración en la carta natal ha de enfrentarse a ese lobo, lo ha de quemar en ese fuego abrasador, es decir, ha de restringir esas pasiones por medio de un acto de voluntad consciente. Se trata pues de una rememoración de la frustración que debió de sentir cuando la madre no respondía a sus llamadas, pero esta vez de un modo consciente. Esta operación no representa una represión, ni una condena por los pecados del individuo. Nada de eso. Muy al contrario  se trata de experimentar una frustración del deseo, mediante un sacrificio voluntario del objeto/os deseado/os. Entrar en el fuego del infierno para quemar en él la escoria que lleva consigo, conteniendo la frustración y la cólera sin culpar al otro (la/el madre/padre, la/el esposa/o, la pareja, etc…), ni autoinculparse, permite que comience a transformarse algo en el interior del individuo. Lo que está aconteciendo es el nacimiento de la verdadera individualidad, simbolizada por el planeta Marte. Una experiencia muy típica de una calcinatio la encontramos en la frustración del objeto de deseo amoroso. Ahí entra en juego la pasión amorosa. La ruptura de una relación de muchos años o que ha activado una ardiente pasión amoroso-sexual se suele correlacionar con esta operación. Lo que experimenta el individuo en ese período de frustración y de muerte puede ser de lo más horroroso. Experiencias que activan estratos de lo inconsciente colectivo de los que el individuo nada sospechaba y, por supuesto, de los que él se creía completamente ajeno. Grof y Greene expresan algunas de los sentimientos y pensamientos que emergen en esos períodos de quemazón: destructividad de proporciones cósmicas, cólera intensa, violencia desmesurada, deseos de herir, inmolar o destruir a una persona (la/el esposa/o, en un divorcio, la pareja en una ruptura, etc.), obsesión devoradora, apasionada y ambivalente (deseos de amarla y, al mismo tiempo, de destruirla) por el poder que parece ejercer sobre el individuo, avidez insaciable por la otra persona, que nos empuja a amarla y a odiarla a la par, etc. Todos estos sentimientos irrumpen en la consciencia de un modo tan devastador que uno siente como si lo estuvieran violando. Pero si se contienen convenientemente y se los manifiesta a través de la expresión creativa, cosa que no sucede sin un largo período de introversión, en el cual se comienza a mirar hacia dentro y hacia abajo, o sea,  a profundizar en uno mismo, las pasiones enceguecidas y los deseos inextinguibles acaban trocándose en un potencial creativo que puede expresarse en el transcurso del proceso de individuación.

En el mismo orden de ideas Liz Greene apunta que ha descubierto que las configuraciones conflictivas entre Marte y Plutón se manifiestan en sueños de violaciones. Por mi parte, he encontrado este mismo tema en la configuración de la carta que se está analizando. Según Greene,

 “el poder masculino y la virilidad, en lucha con el lado castrante y devorador del inconsciente femenino está (…) representado por Marte en conflicto con Plutón.”

 Y esto se presenta tanto en hombres cuanto en mujeres. Así, en muchos casos de violaciones existe una confabulación inconsciente entre la “víctima” y el “violador”, por lo que no resulta tan fácil culpar sólo a esos brutales agresores, pues la propia víctima parece incitar inconscientemente a que semejante acto tenga lugar. Greene continúa diciendo:

“Por lo que he visto respecto a este aspecto… Marte-Plutón puede implicar una herencia ancestral más que un problema estrictamente individual de “atraer” la violación, puede ser un daimon familiar, una energía sexual turbulenta y vital que sucesivas generaciones han intentado eliminar en función de los valores de respetabilidad y aceptación social o quizás porque la Gran Madre dominaba la psicología familiar. De ese modo alguien es elegido “inconscientemente” como chivo expiatorio y se convierte en el violador o en el violado [4] .”

En el caso que nos ocupa, en el que existe una triple conjunción entre  Saturno-Marte-Luna y, además, Plutón contacta con el Ascendente y con Saturno en trígono parece que el problema de la violación también está presente. Profundicemos un poco más en esta configuración tan delicada. La Luna y Marte están ambos en el signo de Tauro, mientras que Saturno está posicionado en Géminis. Así pues, la Luna está exaltada en ese signo y, además, al estar en conjunción con Venus, incrementa el elemento femenino en la psique del Sr. X. Marte en Tauro, el fijo signo de tierra, no se encuentra nada cómodo en su despliegue efectivo, por lo que sus capacidades de decisión e iniciativa son lentas, aunque una vez decidido actúa con una fuerte determinación y tenacidad. Pues bien, al estar la Luna exaltada en conjunción con Marte en exilio, la energía femenina es demasiado acusada y le es muy difícil a Marte actuar y expresarse. De ese modo, en el individuo se produce una lucha por conseguir ser independiente y capaz de sostenerse por sí mismo fuera del hogar materno o de la influencia de la madre. De hecho, el Sr. X me dijo que en el período en el que decidió marcharse de su hogar para seguir su propio camino (manifestación del arquetipo de Marte) su madre trató de obstaculizarle toda posible acción. Incluso parecía estar celosa de que su hijo hubiera decidido, finalmente,  marcharse de su  hogar y hasta lo envidiaba por  la independencia afectiva y material por la que tanto había luchado (manifestación de la Luna). Este conflicto terminó de un modo muy violento, expresión típica de Tauro encolerizado. Tan fue así que, la madre, enfadada y dolida por la decisión del hijo, intentó buscar el enfrentamiento con éste (propio de esa conjunción en Tauro). Y, dado que Marte en la Casa XII es una especie de antena receptora de toda hostilidad que se halle en el ambiente, fue el Sr. X quien inició la expresión concreta de esa agresividad soterrada que procedía de su madre (Luna). En aquel momento, el Sr. X  no era consciente de lo que estaba sucediendo en lo inconsciente, si bien él me confesó que intuía el juego que subyacía en su madre, bajo la apariencia de haber sido víctima de una agresión. La fatal Luna negra hizo acto de presencia en aquellos momentos, poniendo a prueba la virilidad del hijo y, pese a la aparente contradicción, empujándole para que se encaminara por la senda de la individuación.

Los individuos tan próximos a las energías femeninas de la Gran Madre suelen sentir a esta como a una auténtica violadora, sofocante y asfixiante. Y, de hecho, el sueño que el Sr. X tuvo, en el que un negro violaba a una joven mujer de piel blanca como la leche,  representa la lucha del ego masculino, que busca su individualidad, contra el sofocante abrazo de lo inconsciente, simbolizado por la imagen femenina y materializado en la figura de la madre del soñador. Así pues, los sueños de violaciones no representan necesariamente una situación patológica, sino, antes bien, pueden emerger en el transcurso de un proceso de individuación. Los personajes con un vínculo tan estrecho con lo inconsciente han de ser conscientes del factor arquetípico que subyace en sus enfrentamientos con la Madre. De lo contrario, se encontrarán encadenados a la Madre Tierra, de modo tal que el impulso marciano hacia la liberación y la individualidad podría manifestarse en una trágica muerte de la madre biológica en manos de su hijo. Al tiempo, asfixiados por su anima, buscan vengarse de lo femenino a través de una víctima, de modo que la violación física y/o el asesinato no serían sino actos con pretensiones de liberación. De este modo, su iniciativa, su energía masculina y su virilidad se anteponen a lo femenino castrador que opera en lo inconsciente. Así pues, la violación y/o el asesinato  han de ser entendidas como una venganza inconsciente contra la Madre, por obstaculizar o impedir el impulso individual de desarrollo (simbolizado por Marte) del violador o del agresor. Lo que equivaldría a un impedimento del proceso de individuación. El impedimento proviene de un factor arquetípico que opera en lo inconsciente colectivo. Sin embargo, cuando el conflicto subyacente no es iluminado por el haz de luz de la consciencia este es proyectado al exterior. En esos casos, son las mujeres las culpables de todo y la venganza es perpetrada por mediación de las víctimas. Poco importa que la violación acontezca con una mujer desconocida o con la propia esposa. El factor arquetípico actuante es el mismo en ambos casos.

Habíamos dicho al principio que la triple conjunción Saturno-Marte-Luna afectaba al Ascendente, de modo que el ambiente reaccionará a los efectos de dicha conjunción. Por tal motivo, en especial las mujeres, verán al individuo como alguien serio y oscuro, al tiempo que perciben una fuerte irradiación sexual.  Es posible que le resulte muy difícil comenzar una relación, pues ésta es experimentada como un auténtico calvario tanto para la pareja cuanto para el propio individuo. Antes de que esta llegue a conocer al individuo, lo que ella experimenta es la persona y ésta es todo menos agradable. El cuento de la Bella y la Bestia ejemplifica muy bien lo que una mujer vivencia durante los primeros contactos con un Ascendente así aspectado. Por tal motivo, no es de extrañar que sean muy pocas las que se acerquen al individuo y, aún menos, las que logren ver-transformar a la aparente Bestia en el Príncipe que también es, una vez establecida la relación. De hecho, las mujeres que suelen acercarse a estos individuos tienen una fuerte influencia neptuniana y/o lunar en su personalidad. Evidentemente no siempre esto es así. Pues todo depende de hasta qué punto el individuo es consciente de los factores arquetípicos que operan en su Ascendente-persona y, por tanto, de qué faz sea capaz de mostrar al exterior y, recíprocamente, cómo experimentará el entorno su persona. No olvidemos que todo arquetipo tiene un lado oscuro y otro luminoso. Cuanto más consciente sea el individuo de los aspectos que operan en su persona, tanto más amplio será su margen de libertad para dar expresión a los factores más luminosos del Ascendente.

Regresemos ahora a la expresión de la conjunción,  casi exacta,  entre Saturno-Ascendente. El pensamiento adquiere profundidad y se hace más preciso. Sin embargo, también limita el abanico ante el cual Géminis siente  curiosidad y la comprensión de lo que se expresa y se dice. En otra palabras, el filtro de lo que el  Ascendente percibe se hace más selectivo y la capacidad de comunicación se ralentiza y delimita, por lo que le resulta más difícil al individuo hacerse entender, creando situaciones en las que se producen malos entendidos. A veces esto sucede por el miedo a aparentar estupidez y, dado que con Saturno las conversaciones intrascendentes se hacen muy difíciles de manejar, muchas veces parece que la persona es torpe o lenta. Sin embargo, esto es una mera apariencia. En realidad es la falta de interés por los asuntos banales, o la inadecuación que siente por un complejo de inferioridad profundamente anclado, lo que le hace aparecer como torpe o incluso estúpido. Pues, apenas la conversación varía, se enfocan temas que le resultan más interesantes y se encuentra en un ambiente cómodo su lucidez mental hace acto de presencia. La lección que debe aprender el individuo es que no siempre se puede estar hablando de Astrología, de Física cuántica o de Química Orgánica. Las más de las veces se tratan temas que nada tienen que ver con eso. Sin embargo, en  toda conversación, si se es capaz de modificar esa tendencia a la seriedad, a la falta de empatía y a limitarse a hablar de temas trascendentales, se hace posible enriquecer la experiencia al intercambiar ideas distintas.

Debemos, ahora,  regresar  a los siguientes aspectos con el Ascendente que aparecen en el cuadro: Saturno-Marte-Luna. Están los tres en conjunción entre sí y, a su vez, lo están con el Ascendente. Por lo tanto, dicha conjunción triple o stelium (agrupación de planetas) está fuertemente remarcada en la carta. Ya se han mencionado algunas de las manifestaciones de esta compleja combinación. Sin embargo, con la Luna se produce una importante alteración. Ello simboliza que a la madre se la ha experimentado como fría, distante, constringente y limitadora. Aparece como el factor causante de las discordias entre hermanos (Géminis) en los años de infancia, probablemente porque uno de ellos es el preferido (el hermano luminoso), mientras que el otro es la oveja negra (el hermano oscuro). Además, al estar en la Casa XII, se relaciona con la actitud de los miembros de la familia y con los antepasados. Y es así como los padres del individuo analizado han vivido en un ambiente en el que los varones han mantenido bajo el yugo de la represión y de la violencia psíquica y física a las mujeres. Pero esa actitud machista no es exclusiva de sus familiares, pues, al fin y al cabo, estos pertenecen a un sistema aún mayor que los engloba: la sociedad española. Por tal motivo, este stelium en la Casa XII representa, simboliza y, por tanto, nos provee de información acerca de la actitud que los hombres han mantenido durante siglos para con las mujeres. Y el arrostramiento de ese conflicto en la propia psique se hace imprescindible para que el individuo manifieste los potenciales inherentes a esa conjunción triple. Una vez se consigue purgar al alma de la inmundicia de los antepasados, al individuo se le abren las puertas a la individuación. En ese camino, como sucedió con el analizando,  se puede llegar a ser consciente de que se dispone de una especial capacidad para comprender e interpretar los sueños y de una potencia sexual y creativa sobresaliente (Marte en la Casa XII); de profundizar en el arquetipo de la Iniciación (Saturno en la Casa XII en conjunción con el Ascendente), así como un acceso  directo al mundo de los arquetipos, es decir, a lo inconsciente colectivo y una sensibilidad y capacidad de empatía extraordinarias (Luna en la Casa Doce). De hecho, estas personas son capaces de expresar las tendencias sociales que se manifestarán en el futuro, con una precisión que dejaría atónito al más egregio sociólogo, precisamente por su natural conexión con las corrientes de lo inconsciente colectivo.  Y, dado que Mercurio, el planeta regente del Ascendente, está en la Casa XI y en contacto con Urano, se hace posible difundir esos conocimientos en la sociedad, contribuyendo de ese modo al aumento del saber y a la evolución efectiva de sus miembros.

Saturno, asimismo, está aspectado por Plutón y por Neptuno. En el primer caso, el trígono Plutón-Saturno confiere al individuo una gran capacidad de organización y de planificación. Y con el poder de concentración de éste aspecto, que potencia al ya existente gracias a la combinación Marte-Saturno, el individuo puede estudiar casi cualquier cosa que desee. Pero ya indicamos en líneas precedentes que los intereses de Mercurio estaban teñidos por Urano, por lo que lo más probable es que los estudios que le interesan al individuo se relacionen con áreas del saber tales como la Psicología Transpersonal, la Astrología o la Física moderna, por mencionar sólo unos pocas. La mente, además de ser rápida y muy intuitiva, se estructura y el pensamiento aflora de un modo organizado. Así, cuando emergen las ideas no lo hacen de un modo azaroso, sino, más bien, como estructuradas y ordenadas en epígrafes, por así decirlo. Dado que al individuo con esta configuración le es accesible todo lo que en la sociedad no funciona (así como lo que sí funciona), puede contribuir favorablemente en su progreso real y efectivo.

Finalmente, la oposición Saturno-Neptuno es quizás una de las más difíciles de manejar. Saturno representa el mundo material, práctico. Simboliza la consciencia de los límites propios, así como del ego y de lo que pertenece a uno, en contraposición a lo que es de los demás. Neptuno, en cambio, simboliza la unidad subyacente a la multiplicidad. El ámbito de lo inconsciente colectivo está regido por Neptuno, que nos impulsa a fusionarnos con la totalidad, pues con él se siente la unidad orgánica de todo cuanto existe. Por tal motivo, no cabría empatía mayor que la asociada a este arquetipo, dado que representa, precisamente, el océano del que toda vida ha surgido. Así, con Neptuno el individuo puede ser consciente de los vínculos que lo unen a todos y a todo y la experiencia de la unión del alma con Dios está asociada a los tránsitos y aspectos importantes de éste planeta con los planetas personales en la carta natal.

De lo dicho se colige que en el individuo hay un conflicto entre el ego y lo inconsciente colectivo, entre los estrechos y férreos límites individuales y la infinita variedad de formas de vida. Es decir, se trata de un choque entre la forma y la falta de forma, entre la vasija contenedora y el agua como contenido. Todo contacto con Saturno se ve arrastrado al mundo de la materia, es decir, a la forma concreta; por el contrario, en los contactos con Neptuno el individuo se ve arrasado por la falta de forma, por la disolución de las estructuras y límites materiales. Así pues, esta oposición simboliza que el individuo puede buscar, de un modo inconsciente, perderse en las aguas de lo colectivo, escapando de la dura realidad de lo concreto y palpable, por los límites que esta impone, o bien, se puede manifestar dando forma concreta al mundo de la imaginería. En este último caso, el individuo lucha por conformar todas sus  ideas y  sueños, esforzándose en expresar el mundo arquetípico en estructuras duraderas y con plena significación. Un ejemplo de ello lo proporcionan las catedrales góticas. Pues son ellas una expresión tangible del anima mundi o Sophia, en cuyo interior se le posibilita al individuo comulgar con Dios.

El dilema eterno de Saturno-Neptuno se vivencia a lo largo de la vida del individuo. Así, primero se va forjando y estructurando un ego, afilando las facultades que le son propias (Ascendente), para adaptarse a las expectativas sociales (Medio Cielo). Una vez diferenciado el ego e identificado con la persona, el individuo adquiere un nombre, un status social, es propietario de un coche y de una vivienda (asuntos relacionados con el Medio Cielo), como resultado de su lente particular  y, encontrándose, como reflejo de ello, ante situaciones, circunstancias y oportunidades diversas que lo hacen diferenciar aquellas facultades que son propias de su persona-Ascendente, etc… Esta fase corresponde a la construcción de estructuras y, por lo tanto, se relaciona con Saturno. Sin embargo, Neptuno ha quedado completamente fuera del haz de luz de la consciencia. Pero, llegado el momento, el arquetipo neptuniano se constela y hace acto de presencia en el ámbito de la consciencia. Sueños típicos de esa irrupción son aquellos en los que se producen inundaciones, diluvios, etc. Por ejemplo, un río puede desbordarse e inundar y arrastrar al soñador, dejándole con la sensación de que se han destruido todos los diques que él había construido para sentirse seguro y evitar así todo sentimiento de desvalimiento y de incapacidad. Esa destrucción por disolución de estructuras está asociada al arquetipo neptuniano, permitiéndole al individuo darse cuenta de que existe algo más allá de los límites estrechos del ego consciente. Y no sólo verlo, sino, también experimentarlo. Dicha experiencia de lo que de inmortal y universal hay en el individuo da acceso a la comprensión de que todo individuo, en un cierto nivel, está conectado con el resto de los seres vivos que en la tierra habitan, siendo él una gota en el inmenso océano de lo inconsciente. Esa vivencia, llevada un poco más al extremo, puede conducir al individuo a tener una experiencia de unión con Dios, lo que le permitirá darse cuenta de que existe una voluntad superior que guía su destino, allende la egoísta voluntad del ego. Y, si dios quiere, en un nivel más elevado, comprenderá que la voluntad del yo debe ser alineada con la voluntad de Dios o, para expresarlo en términos de psicología analítica, del arquetipo del Sí Mismo o Personalidad. En pocas palabras, es ese el dilema Saturno-Neptuno que el individuo ha de arrostrar en el transcurso de su vida.

© José Antonio Delgado González 2005

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[1] C.G. Jung. Psicología y Alquimia. Pp. 176.

[2] En Simbología Inconsciente y Astrología Científica y, posteriormente, en mi libro El Retorno al Paraíso Perdido,  expuse cómo los descubrimientos científicos más vanguardistas servían de fundamento para una explicación causal de la Astrología. Sin embargo, en tales trabajos parece existir un punto de bifurcación, pues la sincronicidad y la causalidad son dos principios de explicación opuestos. De modo que si se aplica el segundo, el primero de ellos se excluye de inmediato. Ahora bien, lo que desde un punto de vista superficial o en el ámbito de las dimensiones medias, para expresarlo con Capra, puede explicarse como influencias de campos magnéticos y, por ende, de carácter informativo, si profundizamos un poco más, se trataría, más bien, de sincronicidades, o bien, desde la óptica de Bohm, de movimientos de plegamiento y despliegue del continuo espacio-tiempo. Con otras palabras, de manifestaciones en el ámbito material de arquetipos de lo inconsciente colectivo psicóideo

[3] En la primera parte de mi libro el Retorno al Paraíso Perdido expongo la relación que existe entre el Saturno astrológico y la iniciación. Remito al lector al capítulo correspondiente.

[4] Greene, L. (2003)  Astrología y Destino. Ediciones Obelisco. Barcelona. 3ª edición. El subrayado es mío.